Un manifiesto contra los enemigos de la Modernidad (I)
Primera parte de una defensa de los valores modernos frente a los premodernos y los posmodernos para ir más allá de la polarización política. Segunda parte aquí.
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James Lindsay y Helen Pluckrose
Este documento es muy largo y detallado por lo que a continuación se ofrece un breve resumen por puntos para aquellos que no tengan el tiempo necesario para una lectura cuidadosa.
- La Modernidad, en referencia a los puntos de vista y los valores que nos han sacado del feudalismo de la Edad Media y nos ha traído la relativa riqueza y la comodidad que hoy disfrutamos (y que se están extendiendo rápidamente por todo el mundo), se ve amenazada por los extremismos de ambos lados del espectro político.
- La Modernidad es algo por lo que merece la pena luchar si te gusta y deseas que otros puedan disfrutar de los beneficios de una vida del primer mundo con relativa seguridad y con altos grados de libertad individual que pueden manifestarse en sociedades funcionales.
- La mayoría de la gente apoya la Modernidad y desearían que sus enemigos antimodernos se callasen.
- Los enemigos de la Modernidad ahora forman dos facciones en disputa — los posmodernos a la izquierda y los premodernos a la derecha — y en gran medida representan dos visiones ideológicas que rechazan la modernidad y los buenos frutos de la Ilustración, como la ciencia, la razón, la democracia republicana, el Estado de derecho, y lo más cercano a lo que podemos afirmar como progreso moral objetivo.
- El partidismo izquierda-derecha es la herramienta mediante la cual se condena a la Modernidad y se radicalizan continuamente sus simpatizantes para elegir entre las dos facciones enfrentadas del antimodernismo: el posmodernismo y el premodernismo.
- La posición centrista “Nuevo Centro” es bien intencionada, representa la política de la mayoría de las personas, y no se puede controlar. Naturalmente, es inestable y refuerza el pensamiento que perpetúa el estado actual de lo que llamamos la polarización existencial .
- Aquellos que apoyen la Modernidad debe hacerlo sin reparos y sin referencia a las diferencias partidistas relativamente menores a través de la división “progresista/conservadora”. La lucha que ahora nos ocupa es mayor que eso, y los extremismos de ambos lados dominan el espectro político habitual para pérdida de todos.
- La modernidad puede ser defendida, y es probablemente lo que quieres a menos que estés entre los lunáticos de izquierda o de derecha.
“Modernidad” es el nombre de la profunda transformación cultural que vio el surgimiento de la democracia representativa, la edad de la ciencia, la superioridad de la razón sobre la superstición, y el establecimiento de las libertades individuales a vivir de acuerdo con los propios valores. En esencia, valora la capacitación de las personas para pensar, creer, leer, escribir, hablar, dudar, preguntar, argumentar y refutar cualquier idea en absoluto en la búsqueda de la verdad. ¿Qué hay en la sociedad actual para alguien que todavía cree en esto? Si insistimos en seguir pensando en términos puramente políticos, hay dos opciones principales, y las dos son malas.
Nos encontramos ante un camino a la izquierda en el cual los cruzados progresistas se autoproclaman los justos defensores de la justicia social y del progreso moral, y por lo tanto del verdadero futuro de la Modernidad. A su lado, se esconde un camino a la derecha sobre el cual los conservadores se posicionan como los últimos defensores desesperados del corazón del proyecto de la Modernidad, los llamados “valores de la civilización occidental”, defendiéndola de los posibles fracasos de la experimentación social y económica progresista. ¿Sobre cuál de estos dos caminos puede el creyente esperanzado en la Modernidad esperar encontrar la piedra angular del proyecto moderno, que es una lealtad a buscar la verdad objetiva y erigir instituciones suficientemente fuertes para asegurar los frutos de la Modernidad?
Ninguno.
La izquierda progresista se ha alineado no con la Modernidad, sino con el posmodernismo, que rechaza la verdad objetiva como una fantasía imaginada por prejuiciosos pensadores ingenuos y/o arrogantes que subestimaron las consecuencias colaterales del progreso de la Modernidad. La derecha regresiva defiende el premodernismo, que es poco más que una gran ilusión de que las intrincadas complejidades de la sociedad moderna pueden funcionar sin la elaborada infraestructura necesaria para dirigir una sociedad moderna en primer lugar. Ambos son rechazos directos del compromiso de la Ilustración con la verdad.
Si valoras la Modernidad, gran parte de la vida política y cultural de los últimos tiempos se siente como si estuvieses en esta encrucijada lúgubre, no de la verdad, sino de lo que célebremente Stephen Colbert llamó “veracidad”, lo que se siente como verdad: o más concretamente, una intuición de “verdad” moral o ideológica que tiene poco que ver con cualquier realidad objetiva.
Toma el camino a la izquierda, y te encontrarás la cuestionable noción de que la verdad está “posicionada” en la identidad, lo que lleva a la creencia absurda de que la verdad es relativa a cualquier fondo cultural que tradicionalmente ha sostenido que lo sea (a menos que se considere que esa cultura haya dominado injustamente en el pasado, en cuyo caso cualquier cosa que sostenga como verdad debe ser refutada por principio).
Si esto te parece confuso, no debes preocuparte. Los representantes sacerdotales que se han designado a sí mismos en este camino a la divinidad no pueden decir qué a quién y en qué circunstancias. Solo necesitas revisar tus privilegios en la vida, alinearte, convertirte en un “aliado”, callarte y escuchar a aquellos que se consideran más oprimidos que tú. Callarse es particularmente importante. Es casi imposible evitar ser “problemático” si hablas de forma independiente. Probablemente no te guste que te digan que tu existencia es irrelevante, pero de acuerdo con el marco (el cual se te recordará en cada oportunidad) hay gente menos privilegiada en el mundo y a la que les gusta todavía menos su opresión.
Ve al lado de la derecha, y quedarás igualmente decepcionado. Allí, la verdad no es muy diferente, aunque no la llamarán “posicionada” (pero lo está). Es el reino de la V mayúscula de “Verdad” que es a la vez “obvia” para todos y demasiado simplista como para ser verdad, y se sitúa en la experiencia vivida por el tradicionalmente reconocido como hombre común. Esta Verdad del lado de la derecha a menudo llega como una cierta amalgama de adivinación sobre la experiencia cotidiana de las cosas y las exégesis acordadas localmente de los manuscritos antiguos del Dios preferido parroquialmente. Una Verdad Sofisticada más capitalista puede encontrarse también a lo largo del camino de la derecha, colocado allí por la Naturaleza misma en forma de Derecho Natural filosóficamente razonado, a pesar de la falta de significado demostrado de este término y de su separación de cualquier cosa establecida por las ciencias naturales. La verdad, a la derecha, es exactamente el sentido común “claramente verdadero” que todos “saben” (excepto las élites y los expertos, a los que se consideran demasiado educados y fuera de contacto con la vida real como para ver las cosas con claridad).
¿Entonces cómo puedes saber lo qué es “claramente la Verdad” a lo largo del camino de la derecha? Es lo que parece obvio de manera inmediata, lo que “obviamente” funciona lo suficientemente bien como para continuar así (siempre que la mayoría de las complejidades de los sistemas y de la interacción humana sean abandonadas), o es lo que concuerda con las opiniones de correctos religiosos provincianos o deidades políticas o sus autoproclamados emisarios. Si te preocupa que el Sentido Común con sus perfectas iniciales letras mayúsculas no sea en realidad terriblemente común, que los autodenominados Renacidos y los temerosos no hablen por usted, y que las heurísticas simples a menudo pierden el punto, el camino de la derecha va a ser una elección frustrante y dolorosa. Estarías exactamente en la creencia de que la Modernidad requiere un poco más que el sentido común y la “Ley Natural” para mantenerse en funcionamiento y avanzar. Y no solo eso, sino de esta manera, si le preocupa que lo que pasa por V-mayúscula a menudo tiende a racionalizar y exacerbar las desigualdades estructurales en la sociedad, su trabajo es lidiar con lo que es verdad, tragártelo y guardarte tus preguntas e interferirte a ti mismo.
“En conjunto, estos dos grupos representan un ethos global. Ambos son antimodernistas…”
Ningún camino parece bueno. En realidad, ambos son malos. No llegarás a ninguna de las dos vías sin antes observar que las principales materias primas que atraviesan a las dos son el pánico moral histérico y un corolario absoluto de intolerancia para pensar de manera diferente; debidamente informada con las demandas de apreciar los tipos correctos de (limitada) diversidad. Así es que con solo un poco de observación paciente, llegarás a darte cuenta de que estos premodernistas y posmodernistas, a pesar de sus dialectos morales distintos y las diferencias imposiblemente irreconciliables en cada estado de ánimo político, son casi indistinguibles. Ambos son proclives al autoritarismo y a valores discordantes con la Modernidad.
En conjunto, estos dos grupos representan un ethos global. Ambos son antimodernistas, y son enemigos de la Modernidad. Tratados como una sola entidad, forman una minoría relativamente pequeña, intrínsecamente dividida, pero alarmantemente poderosa. Por separado, estas dos facciones giran en una espiral de muerte centrífuga para la sociedad impulsada por un odio casi religioso y sin redención entre sí. Proceden como si fueran superpotentes, ya que casi no tienen rival a la hora de fomentar la división ideológica entre la mayoría que cree en la Modernidad. Deben ser vistos y resistidos como un solo dragón con dos cabezas nocivas que representan una amenaza mucho más grande para todos que lo que se hacen entre sí. Independientemente de la validez de cualquier reclamación sobre qué cabeza es más desagradable, el debate concerniente a esta discusión tan infructuosa alimenta al dragón en lugar de matarlo.
Modernidad
Cuando abogamos por una defensa de la Modernidad, estamos hablando de los frutos de la Edad Moderna; los acontecimientos positivos de ese período desde el Renacimiento hasta nuestros días. Este período se distingue de su predecesor, el período medieval, por varios cambios intelectuales importantes, incluyendo la Ilustración, la formación de sociedades libres gobernadas por la democracia representativa y la Revolución científica. En los últimos 500 años, la sociedad occidental ha pasado de una epistemología dominante basada en la fe religiosa a una basada en la razón y la ciencia, y de un sistema social basado en colectivos dentro de una jerarquía, al reconocimiento del valor humano del individuo y la necesidad de libertades individuales. Si crees en el progreso legítimo de los últimos 500 años y deseas que continúe, y apoyas los valores morales e intelectuales que nos han conducido hasta aquí, tú también crees en la Modernidad.
Algunos argumentarán que ver la Modernidad de esta manera es crear categorías históricas falsas que ignoran las continuidades y que lo que hacen es romantizar un período que permaneció lleno de falsas creencias e injusticias. Esta es una evaluación justa, pero se aparta de su verdadero sentido. Nuestra intención no es afirmar que todo fue terrible y entonces apareció la Ilustración y todo pasó a ser maravilloso. La Ilustración, la Revolución científica y la democracia liberal son procesos que comenzaron en este período y progresaron gradualmente a través de él. Por el camino, se encontraron con mucha oposición y reveses y dieron pasos en falso que son proporcionalmente grandiosos para su visión de largo alcance. Fueron y continúan siendo parte de proyectos en curso subsumidos bajo el paraguas de la Modernidad que quizás nunca se completará, pero resulta esencial para el bienestar de la humanidad que continúe.
Ser pro-Modernidad no es apoyar todo lo que sucedió en el período moderno hasta el punto de incluir la guerra, el genocidio, el imperialismo y la esclavitud, o sus impactos negativos, sino valorar ese cambio intelectual que produjo beneficios que no habían existido antes o que se habían perdido en la época medieval. Eres pro-Modernidad si crees en el método científico, los derechos humanos, la democracia liberal, la libertad individual y las epistemologías establecidas basadas en la evidencia y la razón.
Los pilares de la Modernidad son un conjunto de valores que nos han servido para sacarnos de la época medieval y llevarnos al mundo dramáticamente mejorado que hoy en día damos por sentado. Los valores que la definen incluyen
- Un profundo respeto por el poder de la razón y la utilidad y fuerza de la ciencia;
- Un compromiso inquebrantable con las normas de las repúblicas democráticas seculares, incluido el estado de derecho, y una creencia permanente de que son la fuerza política más benéfica que el mundo ha conocido;
- Un agudo entendimiento de que, sea cual sea la dinámica de grupo que influya en las sociedades humanas, la unidad atómica de la sociedad a defender y proteger es el individuo;
- Una apreciación sincera de que el Bien se logra mejor a través de un equilibrio entre la cooperación humana y la competencia mediada y mediada a través de la interacción de instituciones que trabajan en nombre de intereses públicos y privados.
A pesar de ser increíblemente populares, estos pilares de la Modernidad están hoy bajo amenaza.
La amplia popularidad de la modernidad
Lo más extraño de la actual amenaza a la Modernidad es que está teniendo lugar dentro de una sociedad occidental que todavía apoya sus valores y reconoce sus beneficios de manera abrumadora. La oposición comprometida contra la ciencia, la democracia, la libertad, los derechos humanos y la razón son una pequeña minoría y se encuentran meramente en los ruidosos frentes de la política. Sin embargo, a pesar de tener el apoyo más amplio para cualquier proyecto en la historia de la humanidad, la propia Modernidad obtiene muy poca defensa directa, posiblemente porque defender la Modernidad y sus beneficios parece demasiado obvio como para preocuparse. Sin embargo, dejar de defender la Modernidad es estar encima de un pozo de oscuridad, uno que quitamos de nuestra mente, y cortar la misma rama en la que todos estamos. Pero ¿quién haría tal cosa? La mayoría de las personas creen que están haciendo lo contrario.
Los ruidosos frentes antimodernos han plantado su bandera en el suelo de la Modernidad y se han erigido como las únicas luminarias morales de la izquierda y de la derecha; como las únicas visiones ideológicas diametralmente opuestas de los Verdaderos Escoceses de la Modernidad: progresismo y conservadurismo. Estas luminarias morales exigen una elección absurda entre chorradas odiosas y paparruchas repugnantes: solo por un perfecto pensamiento radical izquierdista se puede lograr la verdadera Utopía Moderna y solo por un radical pensamiento perfecto podemos esperar recuperar la Era Dorada perdida de la Modernidad.
Mientras tanto, la gran mayoría de la gente de izquierdas o de derechas creen en el progreso gradual y apelan primero a los mismos principios e instituciones de la Modernidad cuando critican los extremos del otro lado. Los que afirman que la ciencia y la razón son una forma de imperialismo o un desafío arrogante a Dios son en gran medida reconocidos como lunáticos. Aquellos que se oponen a la democracia, la libertad y los derechos humanos en nombre de cualquier visión autoritaria se perciben ampliamente como fanáticos peligrosos. El respeto y el deseo de defender los frutos de la Modernidad es la opinión dominante, y trasciende el partidismo, y sin embargo están en peligro de ser víctima de las maquinaciones intransigentes de los márgenes.
Los enemigos de la Modernidad
Los fundamentos filosóficos de estos dos tipos de antimodernismo son el posmodernismo (izquierda) y el premodernismo (derecha).
La extrema izquierda manifiesta el antimodernismo en el posmodernismo; un complejo conjunto de ideas enraizadas en las obras de teóricos como Jean-François Lyotard, Jean Baudrillard y Jacques Derrida, adaptadas y politizadas en los campos del feminismo interseccional, la teoría crítica de la raza, el poscolonialismo y la teoría queer, aceptados en distintos grados por las políticas de izquierda y el activismo de la justicia social. Por su enfoque en la justicia para los daños sistémicos en la sociedad, las chorradas de la teoría posmoderna atraen fácilmente a las personas con inclinaciones morales progresistas.
Apoyándose en la creencia en el poder del lenguaje, específicamente en los discursos, el discurso que asume o promueve cierto punto de vista, el posmodernismo considera a la sociedad, el conocimiento, la verdad e incluso el individuo en términos de construcción cultural. Nuestros valores, nuestra ética, nuestras instituciones, e incluso nuestro conocimiento científico y los procesos de razonamiento se consideran construidos de acuerdo con los sesgos de los grupos dominantes en la sociedad y ahora necesitan ser deconstruidos para que surjan otros valores, conocimientos y verdades. Dado que las sociedades occidentales han sido dominantes en el período moderno, son esas sociedades y sus conocimientos, instituciones, y valores formados durante ese período las que están bajo un más fuerte ataque.
Aunque los padres fundadores del posmodernismo afirmaron continuar el proyecto de la Modernidad al continuar rompiendo las estructuras e instituciones opresivas del poder de la misma manera que el feudalismo y el patriarcado, muchas de esas estructuras e instituciones son, de hecho, productos de la Modernidad que la mayoría busca corregir gradualmente y finalmente proteger.
“Los antimodernistas, en general, tratan la verdad de manera selectiva como la parte de toda la verdad que apoya sus ambiciones morales.”
La forma de extrema derecha del antimodernismo podría ser eficazmente pensada en términos de premodernismo. Los premodernistas reajustarían a la sociedad a un estado idílico que solo existe en su memoria nostálgica y sus revisiones de la historia, ante las corrupciones percibidas del progresismo que acompañaron los desarrollos posteriores de la Modernidad. Las paparruchas premodernas, a través de estos valores, a menudo atraen a las personas con tendencias morales conservadoras o libertarias.
El premodernismo valora la sencillez y la pureza que imagina en términos de Costumbres, Leyes y Derechos naturales. Siente que estos han sido subvertidos por el crecimiento de instituciones y estructuras sociales complejas. También desconfía profundamente del conocimiento experto por una amplia variedad de razones complejas, incluyendo un cierto resentimiento autoconfiado y autocompasivo sobre la mejora sociocultural, el socavamiento de los roles “naturales”, el cuestionamiento y desafío de los valores tradicionales, y la ingeniería en el ámbito cultural, social, y político.
En el caso de los libertarios, en particular, una influencia importante es la teoría política de Friedrich Hayek, que vio la creciente regulación centralizada por el gobierno en el período moderno más reciente como un retorno gradual a la servidumbre que amenaza con llevar al totalitarismo. En Camino de servidumbre, argumenta, reflejando a los posmodernistas, que el conocimiento y la verdad están, de esta manera, inextricablemente ligados y construidos por las estructuras de poder. Aquí y en Los fundamentos de la libertad, Hayek impuso críticas influyentes pero profundamente cuestionables al racionalismo en las formas de conocimiento experto utilizado en la planificación y organización de los programas socioeconómicos porque, argumentó, el conocimiento del hombre siempre es limitado. Advirtió que el racionalismo empuja a una forma de perfeccionismo destructivo que desprecia las tradiciones y valores antiguos y restringe la libertad individual.
A su manera, el premodernismo también pretende defender los valores de la Modernidad — la libertad en particular — y se cree defendiendo la cosmovisión que llevó a la Modernidad (generalmente llamada “Civilización Occidental”) al mundo y que ahora se ha extraviado. En el servicio a esta ilusión, el premodernismo amenaza los valores de la Modernidad que llevan los frutos que la amplia mayoría desea conservar, incluida la libertad individual, que en las sociedades grandes y complejas requiere ser asegurada por instituciones eficaces y dirigidas por élites.
Enemigos de la Ciencia y la Razón
En ninguna parte los antimodernistas son más perjudiciales para la Modernidad que en su relación despectiva con la verdad. Los antimodernistas, en general, tratan la verdad de manera selectiva como la parte de toda la verdad que apoya sus ambiciones morales. En esto más que cualquier otra forma, se revelan como los enemigos de la Modernidad.
La izquierda posmoderna es abiertamente hostil al concepto de la verdad objetiva e incluso a la ciencia y la razón. Estos se asocia con los abusos que han surgido de la aplicación de los beneficios tecnológicos, y utiliza esto para afirmar que el proyecto de la Ilustración misma está increíblemente cargado de sesgos. En los últimos treinta años, de hecho, el posmodernismo contemporáneo ha llegado a afirmar que la búsqueda empírica de la verdad objetiva es mala por la opresión interna de grupos históricamente oprimidos por la explotaciones europeas. Por supuesto, hay algo que en lo que se acerca a un punto, pero simplemente tener un punto, como siempre, no es el punto. Su hostilidad contra la ciencia es a la vez injustificada y peligrosa.
Aquí no hay ninguna redención filosófica. Los posmodernistas, como “teóricos”, se pusieron en contra de la ciencia empírica desde el principio. Su ataque implícitamente moralizante procedía de la desconfianza generalizada de Lyotard hacia las “metanarrativas”, en las que clasificaba al cristianismo, el marxismo y la ciencia como narrativas culturales construidas de manera equivalente. El relativismo posmoderno redujo a la ciencia a una “vía de conocimiento”, a la que considera posicionada a la contra y que desvaloriza injustamente las epistemologías alternativas (léase: pobres) que se pueden encontrar en otras culturas menos ignominiosas. Esto, increíblemente, se enseña abiertamente en casi todas las universidades.
Además, el posmodernismo vinculaba a la ciencia inextricablemente con el poder institucional opresivo. Las afirmaciones de que la empresa científica está comprometida con obtener la verdad objetiva se presentaron como falsas y, aunque irrelevantes a su punto de vista, asociadas con los fracasos morales que vinieron con el industrialismo, el colonialismo, el imperialismo y el capitalismo. Estas imposturas intelectuales permearon los desarrollos posteriores de la teoría crítica y el activismo de la justicia social, cuyos proponentes, perdiendo su derecho a la ironía, te predicarán con interminables mensajes insufriblemente repetitivos confeccionados con una jerga desconcertante de gusto barato y enviados con enfado desde sus iPhones.
Para la derecha premodernista, su oposición a la ciencia y a la razón es mucho más antigua, desafiante como lo hace las creencias cristianas estimadas por muchos y ofreciendo conclusiones sospechosas y a menudo contraintuitivas consideradas como una afrenta al sencillo sentido común. La oposición premoderna a la impertinencia científica es, después de todo, la línea de pensamiento que justificó el arresto domiciliario de Galileo y la pira funeraria “estelar” de Giordano Bruno. Aunque la Inquisición terminó hace siglos, la desconfianza premoderna a la ciencia inconveniente no ha disminuido. El creacionismo bíblico contra la evolución, por ejemplo, todavía enfurece como en un pretendido debate incluso ahora, más de un siglo después de que haya sido enterrado por un firme consenso científico.
El impulso premoderno contra la ciencia surge principalmente cuando los esfuerzos científicos, y las élites que los protegen, ofrecen verdades provisionales que revocan el Sentido Común — la sabiduría tradicional intrínseca a la cultura dominante — o lo que se considera parroquialmente Bueno y Santo. En las ocasiones en que estos resultados provisionales resultan ser erróneos, a veces catastróficamente erróneos, el impulso contra la ciencia se intensifica. Esto también es el resultado cuando las élites bien intencionadas utilizan la ciencia para promulgar iniciativas sociales o culturales de izquierda para problemas que “no necesitan ningún arreglo”. En concreto, a los premodernistas no les gustan mucho las ingeniosas ciencias sociales por razones que van desde la crítica legítima de métodos y prejuicios ideológicos hasta preocupaciones inflamadas por la manipulación social hasta la paranoia sobre descubrir hechos que amenazan el statu quo. Estas cosas, ellos también te dirán fácilmente en lenguaje extremadamente claro desde sus amados iPhones, generalmente en un tono educadamente obstinado que insiste en que la experiencia es sólo una opinión y que la suya va por otro lado.
Tanto para los posmodernistas como para los premodernistas, la ciencia y la razón, tal como se manifiestan en muchas formas de experiencia jurídica y profesional, se consideran elitistas y alejadas de la experiencia vivida por el no experto que tiene la forma más verdadera de conocimiento intuitivo que no se puede obtener en ninguna universidad o institución de élite. Para el posmodernista de izquierdas, los grupos sagrados de no expertos pueden ser grupos minoritarios, indígenas o inmigrantes (o mujeres) dentro de la sociedad. Para los premodernistas de derechas, ellos son el hombre honrado y trabajador (y su hermano). En ambos casos, tanto la sospecha como el rechazo de la experiencia y el relativismo equívoco sobre la verdad son los mismos, y las justificaciones son meras variaciones morales de la misma lógica retorcida.
Los opositores de la libertad y de la individualidad
La libertad y la individualidad son los valores fundamentales de la Modernidad. No es sorprendente que ambos sean pisoteados por los antimodernistas de ambos lados, aun cuando cada uno de ellos profesa seriamente ser el único defensor ideológico de estos frutos, los más preciosos y delicados de la Modernidad.
Para la izquierda posmodernista, la libertad — principalmente libertad de investigación, creencia y expresión — es a menudo vista como un privilegio no ganado por la mayoría dominante. Por esta razón, en su opinión, la libertad debe ser limitada para la seguridad y el florecimiento de la minoría marginada. Puesto que se entiende que los discursos construyen la sociedad, no puede haber ningún valor y sí mucho daño al tolerar la expresión de ideas, creencias y discursos que cuestionan o contradicen a aquellos que promueven la concepción posmoderna de la justicia social.
La individualidad a lo posmoderno es un mito porque el individuo es en sí mismo una construcción de los discursos dominantes en la sociedad y sobre cómo estos discursos posicionan a los grupos dentro de la sociedad. Esta poderosa chorrada hace que la identidad de grupo sea primordial, y la culpabilidad o veneración colectiva es, por tanto, coherente y éticamente ordenada. Todo esto, por supuesto, va en contra del compromiso de la Modernidad con los derechos humanos universales y la libertad individual bajo el liberalismo de la Ilustración, y es algo que la gran mayoría de la sociedad moderna rechaza con fuerza.
Los premodernistas de derechas tienen una relación más complicada con la libertad, sobre todo porque algunos de ellos profesan abiertamente que la valoran por encima de casi todo. Sin embargo, la mayoría de los premodernistas amantes de la libertad se enfurecen con la libertad individual, cuando se usa anti-patrióticamente (digamos, quemando una bandera), que consideran dirigida a una desintegración de la cultura en la cual la gente pierde su sentido de lealtad a su propio pueblo y fracasando al no entender su lugar en la sociedad.
Además, para los premodernistas socialmente conservadores, la libertad individual ya ha ido demasiado lejos en muchos desarrollos sociales. Están especialmente descontentos con aquellos que trajeron una actitud relajada con el consumo de drogas y alcohol, la igualdad de género, la liberación sexual, el matrimonio entre personas del mismo sexo y los derechos de los transgéneros. La igualdad de género y la liberación sexual, en particular, son consideradas en la visión del mundo premoderna socialmente conservadora por haber alentado un individualismo egoísta (y a menudo “inmoral”) en relación con el comportamiento sexual y los roles de género, lo que ha llevado a una supuesta destrucción de la familia y, según muchos puntos de vista mal informados, al caos económico y social.
Esta visión opaca de la derecha de la libertad individual es paradójicamente compartida en un grado considerable por la rama premoderna culturalmente más permisiva de los libertarios antimodernos. Los libertarios, particularmente los estadounidenses, se distinguen por su insistencia en que la libertad individual es un bien inigualable. Sin embargo, es una visión muy peculiar de la libertad aquella que, a pesar de estar basada en muchos de los valores de la Modernidad, es demasiado estrecha por su enfoque limitado tan solo a las restricciones de la libertad emitidas por el Estado y por lo tanto deja de ser compatible con las instituciones que permiten la Modernidad. El epigrama frecuentemente citado en la Bandera de Gadsden, “no me pises”, es un buen resumen de su visión ingenuamente optimista de la sociedad: simplemente déjalos en paz y todo estará bien. Una mentalidad similar se encuentra en el tipo de brexiter que se centra en los grandes temas de la “independencia” y la “soberanía” (pasando por encima de los detalles), mientras acusaba a todos los que aun no estaban satisfechos de ser antidemocráticos.
En realidad, las sociedades profundamente interconectadas, como las que ahora definen la Modernidad, no pueden dejar a la gente sola: los servicios están en todas partes, y estamos (casi) satisfechos con esto (pregúntele a Colorado Springs). Más preocupante es que este estrecho enfoque para oponerse a las regulaciones gubernamentales que no alcanzan a superar no reconoce que las poderosas fuerzas del sector privado pueden pisar la libertad individual con al menos la misma eficacia. Debido a que uno puede ser, y a menudo es, pisado violentamente por una bota distinta de la emitida por el Estado, la suya es una receta para otra Era Dorada, que apenas se puede distinguir del feudalismo premoderno. De este modo nos deja sin los sensatos esfuerzos reguladores que limitan el proyecto de la Modernidad de envenenarse. Solo una fracción minúscula de la gente abrazaría esta visión de la libertad si se le permitiese llevar a cabo su inevitable conclusión.
En cuanto a la verdad y el conocimiento, todos los antimodernistas están unidos en sus sospechas hacia la ciencia, la razón, la libertad y el conocimiento especializado, y actúan a la defensiva ante amenazas percibidas para lo equivalente a la “sabiduría popular” junto con costumbres y tradiciones localizadas. Experimentan los beneficios de la Modernidad por derecho y sin embargo los ven como contraintuitivos y por lo tanto una afrenta peligrosa a la “experiencia vivida” o el “Sentido Común”. Esta es una mentalidad supersticiosa y anti-intelectual más representativa del período de la historia humana anterior al surgimiento de la Modernidad. Que exista ahora es un rechazo de la Modernidad. Así, estos dos enemigos se entienden mejor como parte del mismo problema; el problema del antimodernismo.
James A. Lindsay es un pensador, no un filósofo, con un doctorado en matemáticas y estudios de física. Es autor de cuatro libros, siendo el más reciente Life in Light of Death. Sus ensayos han aparecido en TIME, Scientific American y The Philosophers’ Magazine. Él piensa que todo el mundo está equivocado sobre Dios. En Twitter en @GodDoesnt.
Helen Pluckrose es una investigadora de humanidades que se centra en la escritura religiosa por y para mujeres de la Alta Edad Media y la Edad Moderna. Es crítica con el postmodernismo y el constructivismo cultural que ve dominando en las humanidades actualmente. En Twitter @HPluckrose
Fuente: Areo