¿Tienen algo de bueno los hombres?
Seguramente estén pensando que una charla titulada «¿Tienen algo de bueno los hombres?» ¡va a ser breve! Escritos recientes no han tenido nada bueno que decir sobre los hombres. Títulos como Los hombres no son rentables [Men Are Not Cost Effective] hablan por sí mismos. El libro de Maureen Dowd se tituló ¿Son necesarios los hombres? [Are Men Necessary?] y aunque no da una respuesta explícita, cualquiera que lea el libro sabe que su respuesta es no. El libro de Brinzedine El cerebro femenino [The Female Brain] se presenta diciendo, «hombres, preparánse para experimentar envidia de cerebro». ¡Imagínense un libro que se anunciase diciendo que las mujeres pronto evidiarán al superior cerebro masculino!
No son casos aislados. La investigación de Eagly ha recogido una gran cantidad de datos sobre los estereotipos que la gente tiene sobre hombres y mujeres, lo que los investigadores resumieron como «el efecto MSM» [“The WAW effect”]. MSM significa «las Mujeres Son Maravillosas» [“Women Are Wonderful”]. Tanto hombres como mujeres tienen opiniones mucho más favorables de las mujeres que de los hombres. A casi todo el mundo le gusta más las mujeres que los hombres. A mí desde luego sí.
Mi propósito en esta charla no es intentar compensar esto alabando a los hombres, aunque en su transcurso tendré varias cosas positivas que decir acerca de ambos géneros. La cuestión de si tienen algo de bueno los hombres es solo mi punto de partida. El título provisional del libro que estoy escribiendo es Cómo la cultura explota a los hombres [How culture exploits men], pero incluso eso es para mí la entrada hacia grandes cuestiones sobre cómo la cultura configura el comportamiento. En ese contexto, lo que tienen de bueno los hombres significa para qué sirven, desde la perspectiva del sistema.
Por tanto esto no tiene que ver con la «guerra de los sexos», y de hecho pienso que una herencia desafortunada del feminismo ha sido la idea de que hombres y mujeres son básicamente enemigos. Voy a sugerir, en cambio, que la mayoría de las veces hombres y mujeres han sido compañeros, apoyándose el uno al otro en vez de explotarse y manipularse mutuamente.
Tampoco tiene que ver con intentar afirmar que los hombres deberían verse como víctimas. Detesto la idea de competir por ser una víctima. Y ciertamente no niego que la cultura ha explotado a las mujeres. Pero en vez de ver la cultura como un patriarcado — o sea, una conspiración de hombres para explotar a las mujeres — , pienso que es más acertado entender la cultura (p.ej., un país, una religión) como un sistema abstracto que compite con sistemas rivales; y que usa tanto a hombres como a mujeres, a menudo de maneras diferentes, para promover su causa.
También creo que es mejor evitar juicios de valor tanto como sea posible. Han hecho la discusión de políticas de género muy difícil y sensible, deformando así el intercambio de ideas. No tengo conclusiones que presentar sobre qué es bueno o malo o cómo debería cambiar el mundo. De hecho mi propia teoría está construida sobre intercambios, de forma que siempre que hay algo bueno que está ligado a alguna otra cosa que es mala, y se compensan.
No quiero estar en ningún bando. Los guerreros y guerreras de género, por favor, váyanse a casa.
Hombres en la cúspide
Cuando digo que estoy investigando cómo la cultura explota a los hombres, la primera reacción normalmente es «¿Cómo puede decir que la cultura explota a los hombres, si los hombres lo controlan todo?». Es una objeción válida y ha de tenerse en cuenta seriamente. Invoca a la crítica feminista de la sociedad. Esta crítica empezó cuando algunas mujeres se fijaron sistemáticamente en la cúspide de la sociedad y vieron hombres por todas partes: la mayoría de los gobernantes, presidentes, primeros ministros, la mayoría de los miembros del Congreso y parlamentos, la mayoría de los directores ejecutivos de grandes empresas, etc. son hombres en su mayoría.
En vista de todo esto, las feministas pensaron, vaya, los hombres lo dominan todo, así que la sociedad está hecha para favorecer a los hombres. Debe de ser estupendo ser hombre.
El fallo de este punto de vista está en fijarse solo en la cúspide. Si por el contrario miramos hacia abajo, al fondo de la sociedad, vemos que ahí también hay sobre todo hombres. ¿Quién está en prisión, por todo el mundo, como criminales o prisioneros políticos? La población del Corredor de la Muerte nunca se ha acercado al 51% de mujeres. ¿Quién vive en la calle? De nuevo, sobre todo hombres. ¿A quién usa la sociedad para trabajos malos o peligrosos? Las estadísticas del Ministerio de Trabajo de los Estados Unidos [US Department of Labor] informan de que el 93% de las personas fallecidas trabajando son hombres. De manera similar, ¿quién muere en las batallas? Incluso en el ejército estadounidense actual, que ha hecho mucho por integrar los sexos y ha puesto a las mujeres en combate, los riesgos no son iguales. Este año sobrepasamos la marca de las 3.000 muertes en Irak, y de esas, 2.938 fueron hombres, 62 mujeres.
Podemos imaginarnos una batalla en la antigüedad en la que se expulsó al enemigo y se salvó la ciudad, y los soldados que vuelven se ven inundados con monedas de oro. Una feminista podría empezar por quejarse de que, eh, todos esos hombres se llevan las monedas de oro, la mitad de esas monedas deberían ser para mujeres. En principio, estoy de acuerdo. Pero recuerden, aunque los hombres que ven reciben monedas de oro, hay otros hombres que ustedes no ven, que todavía están desangrándose hasta morir en el campo de batalla por heridas de lanza.
Esa es una primera pista importante sobre cómo la cultura usa a los hombres. La cultura tiene muchos intercambios, en los que necesita gente para hacer cosas peligrosas o arriesgadas, y por lo tanto ofrece grandes recompensas para motivar a la gente para que asuma esos riesgos. La mayoría de las culturas han tendido a usar hombres para esos puestos de alto riesgo, y alta recompensa, mucho más que mujeres. Voy a proponer que hay importantes razones prácticas para eso. El resultado es que algunos hombres consiguen grandes recompensas mientras que otros ven sus vidas arruinadas o incluso acortadas. La mayoría de las culturas protegen a sus mujeres del riesgo y por tanto no les dan grandes recompensas. No digo que eso sea lo que las culturas deberían hacer moralmente, pero las culturas no son seres morales. Hacen lo que hacen por razones prácticas motivadas por la competición contra otros sistemas y otros grupos.
Estereotipos en Harvard
He dicho que hoy en día la mayoría de la gente tiene estereotipos más favorables hacia las mujeres que hacia los hombres. No siempre fue así. Hasta más o menos los años 60 la psicología (como la sociedad) tendía a ver a los hombres como la norma y a las mujeres como la versión ligeramente inferior. Durante los 70, hubo un breve periodo en el que se decía que no había diferencias, tan solo estereotipos. Solo desde aproximadamente 1980 la visión dominante es que las mujeres son mejores y los hombres la versión inferior.
Lo que me sorprende es que se tardó poco más de una década en ir de una visión a la opuesta, es decir, de pensar que los hombres son mejores que las mujeres a pensar que las mujeres son mejores que los hombres. ¿Cómo es posible?
Estoy seguro de que están esperando que en cualquier momento hable de Larry Summers, ¡así que hagámoslo! Como recuerdan, él era presidente de Harvard. Como resumió The Economist, «El señor Summers enfureció a la clase dirigente feminista al preguntarse en voz alta si el prejuicio era suficiente para explicar la escasez de mujeres en la cúspide de la ciencia». Tras decir inicialmente que es posible que tal vez no hay tantas mujeres profesoras de física en Harvard porque no hay tantas mujeres como hombres con tan gran talento innato, tan solo una posible explicación entre otras, él tuvo que disculparse, retractarse, prometer ingentes cantidades de dinero, y no mucho después dimitió.
¿Cuál fue su crimen? Nadie lo acusó de discriminar realmente a las mujeres. Su afrenta fue pensar pensamientos que no se permite pensar, concretamente que pudiese haber más hombres con gran talento. La única explicación permitida para la falta de mujeres científicas destacadas es el patriarcado: que los hombres conspiran para mantener a las mujeres sometidas. No puede ser el talento. De hecho, hay alguna evidencia de que los hombres como media son un poco mejores en matemáticas, pero digamos que Summers hablaba de inteligencia en general. La gente puede señalar cantidad de datos de que el CI promedio de los hombres adultos es más o menos el mismo que el promedio de las mujeres. Así que sugerir que los hombres son más listos que las mujeres es erróneo. No es extraño que algunas mujeres se ofendiesen.
Pero no fue eso lo que dijo. Él dijo que había más hombres en los niveles superiores de talento. Eso puede ser verdad aunque la media sea la misma; si hubiese también más hombres en la parte baja de la distribución, habría más hombres realmente estúpidos que mujeres. Durante la controversia sobre sus comentarios, no vi a nadie mencionar esta cuestión, pero los datos están ahí, auténticamente abundantes, y son indiscutibles. Hay más varones que féminas con CI realmente bajos. Es más, el patrón del retraso mental es el mismo que el de la genialidad, es decir, que al ir desde leve pasando por medio a extremo, el predominio de varones se acrecienta.
Todos esos chicos retrasados no son obra del patriarcado. Los hombres no están conspirando juntos para hacer que sus hijos sean retrasados mentalmente.
Casi con seguridad, hay algo biológico y genético. Y mi suposición es que la mayor proporción de hombres en ambos extremos de la distribución del CI es parte del mismo patrón. La naturaleza tira los dados más con los hombres que con las mujeres. Los hombres se van a los extremos más que las mujeres. Esto es cierto no solo con el CI sino también con otras cosas, incluída la estatura: la distribución masculina de estaturas es más plana, con más hombres realmente altos y bajos.
De nuevo, hay una razón para eso, a la cual volveré después.
Por ahora, el asunto es que eso explica cómo podemos tener estereotipos opuestos. Los hombres se van a los extremos más que las mujeres. Los estereotipos se sostienen por sesgo de confirmación. ¿Queremos pensar que los hombres son mejores que las mujeres? Miremos a la cúspide, los héroes, los inventores, los filántropos, etc. ¿Queremos pensar que las mujeres son mejores que los hombres? Miremos al fondo, los criminales, los drogadictos, los perdedores.
De manera importante, los hombres son realmente mejores Y peores que las mujeres.
Un patrón con más hombres en ambos extremos puede crear toda clase de conclusiones engañosas y otras maldades estadísticas. Como ilustración, asumamos que hombres y mujeres son exactamente iguales en promedio en cada aspecto relevante, pero con más hombres en ambos extremos. Si mides cosas que están limitadas en un extremo, los datos se corrompen y hacen parecer a hombres y mujeres significativamente diferentes.
Fijémonos en las notas medias universitarias. Gracias a la inflación de las calificaciones, la mayoría de los estudiantes ahora consiguen sobresalientes o notables, pero unos pocos se distribuyen hacia abajo hasta llegar al suspenso. Con un techo tan bajo, los varones capacitados no pueden tirar de la media masculina para arriba, pero los incapaces tirarán hacia abajo. El resultado será que las mujeres conseguirán notas medias más altas que los hombres, de nuevo a pesar de no haber diferencia en la calidad media de su trabajo.
Lo contrario pasa con los salarios. Hay un salario mínimo pero no uno máximo. Por lo tanto los hombres capacitados pueden elevar la media masculina mientras que los incapaces no pueden bajarla. ¿El resultado? Los hombres obtendrán mayores salarios que las mujeres, incluso si no hay diferencia media en ningún factor relevante.
Hoy en día, claramente, las mujeres tienen mejores notas universitarias pero peores salarios que los hombres. Se discute mucho sobre qué significa todo esto y qué debería hacerse. Pero como ven, ambos factores podrían ser tan solo una rareza estadística salida de la tendencia masculina a los extremos.
Intercambios
Si lo piensan, la idea de que un género es mejor en todo que el otro no es muy creíble. ¿Por qué iba la naturaleza a hacer un género mejor que el otro? La evolución selecciona por rasgos buenos, favorables, y si hubiera una forma buena de ser, al cabo de unas pocas generaciones todo el mundo sería de esa manera.
Pero la evolución preserva las diferencias cuando hay un intercambio: cuando un rasgo es bueno para una cosa, mientras que el opuesto es bueno para otra.
Volvamos a las tres teorías principales que hemos tenido sobre los géneros: los hombres son mejores, no hay diferencia, y las mujeres son mejores. ¿Qué falta en la lista? Diferentes pero iguales. Permítanme proponer que como teoría rival merece ser tenida en cuenta. Pienso que es en realidad la más creíble. La selección natural preservará las diferencias innatas entre hombres y mujeres en tanto que los rasgos diferentes sean beneficiosos en circunstancias diferentes o para tareas distintas.
Ejemplo de intercambio: los negros sufren de anemia falciforme más que los blancos. Esto parece deberse a una vulnerabilidad genética. Este gen, sin embargo, refuerza la resistencia a la malaria (paludismo). Los negros evolucionaron en regiones donde la malaria era un gran asesina, así que valía la pena tener este gen a pesar del mayor riesgo de anemia falciforme. Los blancos evolucionaron en regiones más frías, donde había menos malaria, y por tanto el intercambio se resolvió de otra manera, más tendente a evitar el gen que prevenía la malaria arriesgándose a la anemia falciforme.
El enfoque de los intercambios nos da una teoría radical de la igualdad de géneros. Hombres y mujeres pueden ser diferentes, pero cada ventaja puede emparejarse con una desventaja.
Por tanto cuando oigan un informe de que un género es mejor en algo, párense y piensen la razón por la cual seguramente eso sea cierto; y consideren para qué podría ser bueno el rasgo opuesto.
No puedo frente a No quiero
Antes de seguir demasiado en esa dirección, sin embargo, permítanme avanzar otra idea radical. Tal vez las diferencias entre los géneros tienen más que ver con la motivación que con la capacidad. Es la diferencia entre no puedo y no quiero.
Volvamos por un momento al asunto de Larry Summers sobre por qué no hay más profesoras de física en Harvard. Tal vez las mujeres pueden hacer matemáticas y ciencia perfectamente pero simplemente no les gusta. Al fin y al cabo, ¡a la mayoría de los hombres tampoco les gusta! De la pequeña minoría de gente a quien le gustan las matemáticas, probablemente haya más hombres que mujeres. La investigación de Eccles ha encontrado repetidamente que la escasez de mujeres en matemáticas y ciencia refleja motivación más que capacidad. Y según la misma lógica, sospecho que la mayoría de los hombres podrían aprender a cambiar pañales y pasar la aspiradora bajo el sofá perfectamente también, y si los hombres no lo hacen, es porque no quieren o no les gusta, no porque sean fundamentalmente incapaces (¡por mucho que ocasionalmente finjan lo contrario!).
Varios trabajos recientes han puesto en duda toda la idea de que haya diferencias de género en habilidades: incluso cuando se encuentran diferencias en promedio, tienden a ser extremadamente pequeñas. En contraste, cuando uno se fija en lo que hombres y mujeres quieren, qué les gusta, hay diferencias auténticas. Fíjense en la investigación sobre el impulso sexual: hombres y mujeres tienen más o menos la misma «capacidad» para el sexo, sea lo que sea eso, pero hay grandes diferencias en cuanto a motivación: qué género piensa en el sexo todo el tiempo, lo quiere más a menudo, quiere más parejas diferentes, arriesga más por sexo, se masturba más, aprovecha cada oportunidad, etc. Nuestra revisión de la investigación publicada encontró que prácticamente cada medida y cada estudio mostraron un impulso sexual más intenso en los hombres. Ya es oficial: los hombres son más cachondos que las mujeres. Esta es una diferencia de motivación.
De la misma forma, he mencionado la diferencia de salarios, pero podría tener menos que ver con capacidad que con motivación. Salarios altos vienen de trabajar muchísimas horas. Los adictos al trabajo son en su mayoría hombres. (Hay algunas mujeres, solo que no tantas como hombres.) Un estudio contó que más del 80% de la gente que trabaja 50 horas a la semana son hombres.
Eso significa que si queremos alcanzar nuestro ideal de salarios iguales para hombres y mujeres, podríamos tener que legislar el principio de igual salario por menos trabajo. Personalmente, apoyo ese principio. Pero reconozco que es difícil de vender.
La creatividad podría ser otro ejemplo de diferencia de género en la motivación en vez de capacidad. La evidencia presenta una aparente paradoja, porque las pruebas de creatividad generalmente muestran las mismas puntuaciones para hombres y mujeres, pero a lo largo de la historia algunos hombres han sido mucho más creativos que las mujeres. Una explicación que encaja en este patrón es que hombres y mujeres tienen la misma capacidad creativa pero diferentes motivaciones.
Yo soy músico, y desde hace mucho me pregunto sobre esta diferencia. Sabemos por la escena de la música clásica que las mujeres pueden tocar instrumentos primorosamente, de manera sublime, con gran dominio; esencialmente tan bien como los hombres. Pueden y muchas lo hacen. Pero en el jazz, donde el intérprete tiene que ser creativo mientras toca, hay un desequilibrio impresionante: casi ninguna mujer improvisa. ¿Por qué? La habilidad está ahí pero quizás hay menos motivación. No sienten el impulso de hacerlo.
Supongo que la explicación habitual para esa diferencia es a que las mujeres no se las animó, o no se las apreció, o se las desanimó de ser creativas. Pero no creo que esta explicación habitual encaje muy bien en los hechos. En el siglo XIX en los Estados Unidos, las chicas y mujeres de clase media tocaban el piano mucho más que los hombres. Y sin embargo todo ese piano pasó sin producir ningún resultado creativo. No hubo grandes mujeres compositoras, ni direcciones nuevas en estilo musical o técnica, ni nada de eso. Todas esas pianistas femeninas entretenían a sus familiares e invitados a cenar pero no parecían motivadas para crear nada nuevo.
Mientras tanto, al mismo tiempo más o menos, los negros estadounidenses crearon el blues y luego el jazz, los cuales cambiaron la forma en que el mundo vive la música. Desde cualquier punto de vista, esos hombres negros, la mayoría recién salidos de la esclavitud, tenían muchas más desventajas que las mujeres blancas de clase media. Incluso conseguir un instrumento musical debió de haber sido considerablemente más difícil. Y recuerden, digo que la capacidad creativa es probablemente casi igual. Pero de alguna manera los hombres sintieron el impulso de crear algo nuevo, más que las mujeres
Una prueba para ver lo que es significativamente real es el mercado. Es difícil encontrar a alguien haciendo dinero con las diferencias de capacidad entre géneros. Pero en motivación, hay cantidad. Fíjense en la revistas: las revistas para hombres cubren asuntos diferentes que las revistas para mujeres, porque hombres y mujeres gustan y disfrutan y se interesan por cosas diferentes. Fíjense en la diferencia de películas entre los canales de televisión por cable masculinos y femeninos. Fíjense en la diferencia entre anuncios para hombres y para mujeres.
Esto nos lleva a una parte importante de la discusión. Mi sugerencia es que las diferencias importantes entre hombres y mujeres se encuentran en la motivación en vez de en la capacidad. ¿Cuáles, entonces, son esas diferencias? Quiero enfatizar dos.
El hecho más desdeñado
La primera gran, básica, diferencia tiene que ver con lo que considero el hecho más desdeñado sobre los géneros. Consideren esta pregunta: ¿qué porcentaje de nuestros antepasados fueron mujeres?
No es una pregunta con trampa, y tampoco es el 50%. Es verdad, más o menos la mitad de la gente que ha vivido fueron mujeres, pero esa no es la cuestión. Preguntamos sobre toda la gente que ha vivido que tenga un descendiente vivo hoy. O dicho de otra manera, sí, cada bebé tiene una madre y un padre, pero algunos de esos padres tuvieron múltiples hijos.
Investigaciones recientes usando análisis de ADN respondieron esta pregunta hará dos años. La población humana actual desciende del doble de mujeres que de hombres.
Pienso que esta diferencia es el hecho más desdeñado sobre los géneros. Para llegar a esa diferencia, tendría que haber algo así como que, a lo largo de toda la historia de la especie humana, tal vez el 80% de las mujeres pero sólo el 40% de los hombres se reprodujeron.
En estos momentos nuestro campo está teniendo un acalorado debate sobre cuánto del comportamiento puede explicarse mediante la teoría evolutiva. Pero si la evolución explica algo en absoluto, es aquello relacionado con la reproducción, porque la reproducción está en el corazón de la selección natural. Básicamente, los rasgos que fueron más efectivos para la reproducción estarían en el centro de la psicología evolutiva. Sería chocante si esas probabilidades tan diferentes para hombres y mujeres dejaran de causar algunas diferencias de personalidad.
Para las mujeres a lo largo de la historia (y de la prehistoria), las probabilidades de reproducirse han sido bastante buenas. Más adelante en esta charla nos preguntaremos cosas como, ¿por qué fue tan inusual que cien mujeres se juntaran y construyeran un barco y partieran a explorar regiones ignotas, mientras que los hombres han hecho tales cosas con cierta regularidad? Pero arriesgarse de esa manera sería estúpido, desde la perspectiva de un organismo biológico que buscase reproducirse. Podrían ahogarse o ser asesinadas por salvajes o pillar una enfermedad. Para las mujeres, lo óptimo que hacer es seguir la corriente, ser agradable, ir a lo seguro. Hay muchas probabilidades de que los hombres se acerquen y ofrezcan sexo y podrán tener bebés. Todo lo que importa es elegir la mejor oferta. Descendemos de mujeres que fueron a lo seguro.
Para los hombres, las perspectivas fueron radicalmente diferentes. Si sigues la corriente y vas a lo seguro, lo más probable es que no tengas hijos. La mayoría de los hombres que han vivido no dejaron descendientes vivos hoy. Sus líneas fueron callejones sin salida. Por eso fue necesario arriesgarse, probar cosas nuevas, ser creativo, explorar otras posibilidades. Navegar hacia lo desconocido puede que sea arriesgado, y podrías ahogarte o ser asesinado o lo que sea, pero de nuevo si te quedas en casa no te reproducirás de ninguna manera. Descendemos principalmente del tipo de hombre que hizo el viaje arriesgado y se apañó para volver rico. En ese caso podría tener al fin oportunidad de pasar sus genes. Descendemos de hombres que se arriesgaron (y tuvieron suerte).
La enorme diferencia de éxito reproductivo contribuyó muy probablemente a algunas diferencias de personalidad, porque rasgos diferentes indicaron el camino al éxito. A las mujeres les convenía minimizar los riesgos, mientras que los hombres triunfadores fueron los que se arriesgaron. La ambición y la lucha competitiva probablemente importaron más para el triunfo masculino (medido en descendientes) que para el femenino. La creatividad fue probablemente más necesaria, para ayudar al hombre individual a destacar de alguna forma. Incluso la diferencia de impulso sexual fue relevante: para muchos hombres, habría pocas probabilidades de reproducirse y por tanto tuvieron que estar listos para cualquier oportunidad sexual. Si un hombre decía «hoy no, me duele la cabeza», podría perder su única oportunidad.
Otro punto crucial. El riesgo de no tener hijos es sólo una cara de la moneda masculina. Todo hijo tiene una madre y un padre biológicos, y por tanto si hubo sólo la mitad de padres que de madres entre nuestros antepasados, algunos de esos padres tuvieron cantidad de hijos.
Mírenlo de esta forma. La mayoría de las mujeres tienen sólo unos pocos hijos, y casi ninguna más de una docena. Pero muchos padres han tenido más de unos pocos, y algunos hombres de hecho tuvieron varias docenas, incluso centenares de niños.
En términos de la competición biológica para producir descendencia, entonces, los hombres sobrepasaron a las mujeres tanto entre los perdedores como entre los mayores ganadores.
Por ponerlo en términos más subjetivos: cuando ando por ahí e intento mirar a hombres y mujeres como si los viera por primera vez, es difícil evitar la impresión (¡lo siento, chicos!) de que las mujeres son simplemente más agradables y adorables que los hombres. (Creo que esto explica el «efecto MSM» que mencionamos antes) Los hombres puede que deseen ser adorables, y hay hombres que pueden y de hecho consiguen apañarse para que las mujeres los amen (así que la capacidad está ahí), pero los hombres tienen otras prioridades, otras motivaciones. Para las mujeres, ser adorable fue la clave para atraer a la mejor pareja. Para los hombres, sin embargo, era más bien cuestión de derrotar a cantidad de otros hombres tan sólo por la posibilidad de tener pareja.
Intercambios de nuevo: tal vez la naturaleza diseñó a las mujeres para buscar ser adorables, mientras los hombres fueron diseñados para luchar, casi siempre en vano, por la grandeza.
Y valió la pena, incluso a pesar del «casi siempre en vano». Los expertos estiman que Gengis Kan tuvo varios cientos y quizás más de mil hijos. Afrontó grandes riesgos y finalmente conquistó la mayor parte del mundo conocido. Para él, los grandes riesgos llevaron a enormes recompensas en descendencia. Mi argumento es que ninguna mujer, incluso si conquistara el doble de territorio que Gengis Kan, podría haber tenido mil hijos. La lucha por la grandeza en ese sentido no ofreció tal recompensa biológica a la hembra humana. Para el hombre, la posibilidad estaba ahí, y así la sangre de Gengis Kan corre por la venas de un gran segmento de la población humana actual. Por definición, sólo unos pocos hombres pueden alcanzar la grandeza, pero para los pocos que lo hacen, las ganancias han sido reales. Y nosotros descendemos de esos grandes hombres mucho más que de otros. Recuerden, la mayoría de los hombres mediocres no dejaron descendencia en absoluto.
¿Són más sociables las mujeres?
Permítanme volverme ahora hacia la segunda gran diferencia motivacional. Esta tiene sus raíces en un intercambio en el Psychological Bulletin hará unos diez años, pero el asunto permanece fresco y relevante hoy. Tiene que ver con la cuestión de si las mujeres son más sociables que los hombres.
La idea de que las mujeres son más sociables fue propuesta por Cross y Madsen en un manuscrito entregado a esa revista. Se me envió para revisarlo, y aunque no estaba de acuerdo con su conclusión, sentí que habían expuesto bien su caso, así que apoyé la publicación de su artículo. Proporcionaron muchas evidencias. Dijeron cosas como, miren, los hombres son más agresivos que las mujeres. La agresión puede dañar una relación porque si haces daño a alguien esa persona podría no querer estar contigo. Las mujeres se abstienen de la agresión porque quieren relaciones, pero a los hombres no les importan las relaciones y aceptan ser agresivos. Por tanto, la diferencia en agresión muestra que las mujeres son más sociables que los hombres.
Pero yo acababa de publicar mi trabajo temprano sobre «la necesidad de pertenecer» [“the need to belong”], cuya conclusión era que tanto hombres como mujeres tenían esa necesidad, y por eso me preocupaba oír que a los hombres no les importa la conexión social. Escribí una respuesta que decía que había otra manera de ver toda la evidencia cubierta por Cross y Madsen.
La esencia de nuestra visión era que hay dos maneras diferentes de ser sociable. En la psicología social tendemos a enfatizar las relaciones cercanas, íntimas, y sí, tal vez las mujeres se especializan en esas y se les dan mejor que a los hombres. Pero se puede ver también el ser sociable en términos de tener mayores redes de relaciones más superficiales, y en estas, quizás, los hombres son más sociables que las mujeres.
Es como esa pregunta común, ¿qué te importa más, tener pocas amistades cercanas o tener cantidad de gente que te conozca? La mayoría de la gente dice que la primera es más importante. Pero la gran red de relaciones superficiales puede ser importante también. No deberíamos ver a los hombres automáticamente como seres humanos de segunda clase tan sólo porque se especializan en la menos importante, menos satisfactoria clase de relación. Los hombres son también sociables, solo que de otra forma.
Así que reexaminamos la evidencia proporcionada por Cross y Madsen. Consideren la agresión. Es verdad, las mujeres son menos agresivas que los hombres, sin discusión. ¿Pero es así realmente porque las mujeres no quieren poner en peligro una relación cercana? Resulta que en relaciones cercanas, las mujeres son cantidad de agresivas. Las mujeres son si acaso más proclives que los hombres a perpetrar violencia doméstica contra compañeros sentimentales, cualquier cosa desde una bofetada en la cara hasta asalto con arma mortal. Las mujeres también hacen más abuso infantil que los hombres, aunque eso es difícil de desenredar de la mayor cantidad de tiempo que pasan con niños. Aún así, no se puede decir que las mujeres eviten la violencia hacia compañeros íntimos.
En lugar de eso, la diferencia se encuentra en la esfera social más amplia. Las mujeres no golpean a extraños. Las probabilidades de que una mujer vaya a, digamos, ir al centro comercial y acabar en una lucha de navajas con otra mujer es minúscula, pero hay mucho más riesgo para los hombres. La diferencia de género en la agresión se encuentra principalmente ahí, en la más amplia red de relaciones. Porque a los hombres les importa más esa red.
Ahora consideren la ayuda. La mayor parte de las investigaciones encuentran que los hombres ayudan más que las mujeres. Cross y Madsen tuvieron dificultad con eso y finalmente cayeron en el tópico manido de que tal vez las mujeres no ayudan porque no se las educa para ayudar o no se las socializa para ayudar. Pero yo pienso que el patrón es el mismo que con la agresión. La mayor parte de las investigaciones se fija en la ayuda entre extraños, en la mayor esfera social, y por eso encuentra a los hombres ayudando más. Dentro de la familia, sin embargo, las mujeres son cantidad de serviciales, si acaso más que los hombres.
La agresión y la ayuda son en algunos aspectos antónimos, así que la convergencia del patrón es bastante significativa. Las mujeres tanto ayudan como agreden en la esfera íntima de las relaciones cercanas, porque eso es lo que les importa. Por el contario, a los hombres les importa (también) la más amplia red de relaciones superficiales, y por tanto son cantidad de serviciales y agresivos ahí.
La misma conclusión bi-esférica encuentra apoyo en cantidad de otros lugares. Estudios de observación en recreos muestran que las niñas se emparejan y juegan uno a uno con la misma compañera de juegos durante toda la hora. Los niños bien juegan uno a uno con una serie de compañeros de juego diferentes o con un grupo mayor. Las niñas quieren la relación de uno a uno, mientras que a los niños les atraen los grupos y redes más grandes.
Cuando dos niñas juegan juntas y los investigadores traen una tercera, las dos niñas se resisten a dejarla participar. Pero dos niños dejarán a un tercero participar en su juego. Mi punto es que las niñas quieren la conexión uno a uno, así que añadir una tercera persona les fastidia el rato, pero no se lo fastidia a los niños.
La conclusión es que hombres y mujeres son ambos sociables pero de formas distintas. Las mujeres se especializan en la estrecha esfera de las relaciones íntimas. Los hombres se especializan en el mayor grupo. Si hacen una lista de las actividades que se hacen en grupos grandes, seguramente tendrán una lista de cosas que los hombres hacen y disfrutan más que las mujeres: deportes de equipo, política, empresas grandes, redes económicas, etc.
Rasgos intercambiados
De nuevo, importantes diferencias de personalidad resultaron probablemente de la diferencia motivacional básica en la clase de relación social que interesa a hombres y mujeres.
Consideren el hallazgo común de que las mujeres son más expresivas emocialmente que los hombres. En una relación íntima, ayuda la buena comunicación. Permite a dos personas entenderse, apreciar los sentimientos del otro, etc. Cuanto más saben dos compañeros íntimos sobre el otro, tanto mejor pueden cuidarse y apoyarse el uno al otro. Pero en un grupo grande, donde tienes rivales y quizás enemigos, es arriesgado dejar que se muestren todos tus sentimientos. Lo mismo vale para las transacciones económicas. Cuando estás negociando el precio de algo, es mejor guardarte tus sentimientos un poco para tí. Y así los hombres se retraen más.
La imparcialidad es otro ejemplo. La investigación de Major y otros allá en los 70 usó procedimentos como estos. Un grupo de sujetos realizarían una tarea, y el experimentador les diría que el grupo había ganado una cierta cantidad de dinero, y le correspondía a un miembro dividirla tal y como quisiera. La persona podría guardarse todo el dinero, pero no era eso habitualmente lo que ocurría. Las mujeres dividían el dinero igualmente, a partes iguales para todos. Los hombres, por el contrario, lo dividían desigualmente, dando la mayor parte de la recompensa a quienquiera que hubiera hecho más trabajo.
¿Cuál es mejor? Ninguno. Tanto igualdad como equidad son versiones válidas de la imparcialidad. Pero muestran la orientación a diferentes esferas sociales. Igualdad es mejor en relaciones cercanas, cuando las personas cuidan unas de otras y se corresponden y dividen los recursos y oportunidades igualmente. Por el contrario, la equidad — dar mayores recompensas por mayores contribuciones — es más efectiva en grandes grupos. No lo he comprobado, pero apostaría a que si entrevistaran a las grandes y exitosas empresas estadounidenses del Fortune 500, no encontrarían ni una de esas 500 que pague a cada empleado el mismo salario. Los trabajadores más valiosos que contribuyen más generalmente son mejor pagados. Es simplemente un sistema más efectivo en grandes grupos. El patrón masculino es adecuado en grandes grupos, el patrón femenino es más adecuado en parejas íntimas.
Lo mismo para la diferencia comunal-intercambio. Las mujeres tienen una orientación más comunal, los hombres más de intercambio. En psicología tendemos a considerar la comunal como una forma más avanzada de relación que el intercambio. Por ejemplo, sospecharíamos de una pareja que tras diez años de matrimonio aún se dijeran, «yo pagué la electricidad el mes pasado, ahora te toca a ti». Pero la supuesta superioridad de las relaciones comunales vale principalmente para las relaciones íntimas. En el nivel de grandes sistemas sociales, es lo contrario. Los países comunales (incluidos los comunistas) permanecen primitivos y pobres, mientras que las naciones ricas, avanzadas han llegado a donde están por medio del intercambio económico.
Está también el asunto de que los hombres son más competitivos, las mujeres más cooperativas. De nuevo, sin embargo, la cooperación es mucho más útil que la competición en las relaciones cercanas. ¿De qué sirve competir contra tu esposa o marido? Pero en grandes grupos, llegar a la cima puede ser crucial. La preferencia masculina por las jerarquías de dominio, y la lucha ambiciosa para llegar a la cima, igualmente reflejan una orientación hacia el gran grupo, no un desagrado por la intimidad. Y recuerden, la mayor parte de los hombres no se reprodujeron, y descendemos principalmente de los hombres que sí lucharon hasta la cima. No así para las mujeres.
Una cosa más. Cross y Madsen cubrieron cantidad de investigación que mostraba que los hombres se autovaloran según sus rasgos unusuales que los destacan sobre otros, mientras que los autoconceptos de las mujeres consisten en cosas que las conectan a otros. Cross y Madsen pensaron que esto era así porque los hombres querían apartarse de los demás. Pero de hecho el ser diferente es una estrategia vital para pertenecer a un gran grupo. Si eres el único miembro del grupo capaz de matar un antílope o encontrar agua o hablar con los dioses o chutar un gol de medio campo, el grupo no puede permitirse deshacerse de ti.
Es diferente en relaciones de uno a uno. El marido de una mujer, y su bebé, la querrán incluso si no sabe tocar el trombón. Así que cultivar una habilidad única no es esencial para ella. Pero tocar el trombón es una forma de entrar en algunos grupos, especialmente bandas de música. Esta es otra razón por la que los hombres se van a los extremos más que las mujeres. Los grandes grupos alimentan la necesidad de establecer algo diferente y especial sobre uno mismo.
Beneficios de los sistemas culturales
Fijémonos ahora en la cultura. La cultura es relativamente nueva en la evolución. Continúa la línea evolutiva que hizo sociales a los animales. Entiendo la cultura como una clase de sistema que permite al grupo humano trabajar junto efectivamente, usando información. La cultura es una forma nueva, mejorada de ser social.
El feminismo nos ha enseñado a ver la cultura como hombres contra mujeres. En vez de eso, pienso que la evidencia indica que la cultura emergió principalmente con hombres y mujeres trabajando juntos, pero trabajando contra otros grupos de hombres y mujeres. A menudo las competiciones más intensas y productivas eran grupos de hombres contra otros grupos de hombres, aunque ambos grupos dependían del apoyo de las mujeres.
La cultura permite al grupo ser más que la suma de sus partes (sus miembros). La cultura se puede ver como una estrategia biológica. Veinte personas que trabajan juntas, en un sistema cultural, compartiendo información y dividiendo tareas etc., vivirán todos mejor — vivirán y se reproducirán mejor — que si esas mismas veinte personas vivieran en el mismo bosque pero hicieran todo individualmente.
La cultura de esta forma proporciona ciertos beneficios por tener un sistema. Llamémoslo «ganancia de sistema», que significa cuánto mejor se le da al grupo gracias al sistema. Piensen en dos equipos de fútbol. Ambos conjuntos de jugadores conocen las reglas y tienen las mismas habilidades individuales. Un grupo tiene sólo eso, y sale a jugar como individuos intentando dar lo mejor de sí. El otro trabaja como un equipo, complementándose unos a otros, jugando con un sistema. El sistema probablemente les permita hacerlo mejor que el grupo jugando como individuos separados. Ésa es la ganancia de sistema.
Y un hecho vital es que la amplitud de la ganancia de sistema se incrementa con el tamaño del sistema. Es esencialmente lo que está ocurriendo ahora mismo en el mundo, globalización de la economía mundial. Mayores sistemas proporcionan mayores beneficios, así que según expandimos y combinamos más unidades en sistemas mayores, en total hay más ganancia.
Hay una implicación crucial de todo esto. La cultura depende de la ganancia de sistema, y mayores sistemas proporcionan más de ella. Por tanto, obtendrás más de los beneficios de la cultura desde grandes grupos que desde pequeños. Una relación cercana uno a uno puede hacer poco en términos de división de trabajo y reparto de información, pero un grupo de 20 personas puede hacer mucho más.
Por consiguiente, la cultura apareció principalmente en los tipos de relación social preferidos por los hombres. Las mujeres prefieren relaciones cercanas, íntimas. Esas son si acaso más importantes para la supervivencia de la especie. Por eso las mujeres humanas evolucionaron primero. Necesitamos esas relaciones cercanas para sobrevivir. Las grandes redes de relaciones superficiales no son tan vitales para la supervivencia; pero sirven para otra cosa, concretamente para el desarrollo de mayores sistemas sociales y finalmente para la cultura.
Los hombres y la cultura
Esto nos da una nueva base para entender las políticas de género y la desigualdad.
La visión generalmente aceptada es que en la sociedad humana temprana, los hombres y las mujeres eran casi iguales. Los hombres y las mujeres tenían esferas separadas y hacían cosas diferentes, pero ambos eran respetados. A menudo, las mujeres eran recolectoras y los hombres cazadores. La contribución total a la comida del grupo era más o menos la misma, incluso aunque hubiera algunas diferencias complementarias. Por ejemplo, la comida de las recolectoras estaba ahí de forma fiable la mayor parte de los días, mientras que los cazadores trajeron comidas estupendas a casa de vez en cuando pero nada los demás días.
La desigualdad de género parece haberse incrementado con la civilización temprana, agricultura incluida. ¿Por qué? La explicación feminista ha sido que los hombres se juntaron para crear el patriarcado. Ésa es esencialmente una teoría conspiratoria, y hay poca o ninguna evidencia de que sea verdad. Hay quienes proclaman que los hombres la borraron de los libros de historia para salvaguardar su recién adquirido poder. Aún así, la falta de evidencia debería ser preocupante, especialmente ya que esta misma clase de conspiración tendría que haber ocurrido una vez y otra, en grupo tras grupo, por todo el mundo.
Permítanme ofrecer una explicación diferente. No es que los hombres hundieran a las mujeres. Más bien, es solo que la esfera de las mujeres se quedó donde estaba, mientras que la esfera de los hombres, con sus grandes y superficiales redes sociales, se benefició poco a poco de los progresos de la cultura. Al acumular conocimiento y mejorar las ganancias de la división del trabajo, la esfera de los hombres progresó gradualmente.
Por tanto la religión, la literatura, el arte, la ciencia, la tecnología, la acción militar, los mercados comerciales y económicos, la organización política, la medicina — todos ellos salieron principalmente de la esfera de los hombres. La esfera de las mujeres no produjo tales cosas, aunque sí otras valiosas, como el cuidar de la siguiente generación para que la especie pudiera continuar existiendo.
¿Por qué? No tiene que ver con que los hombres tuvieran mejores habilidades o talentos ni nada de eso. Viene principalmente de las diferentes clases de relaciones sociales. La esfera de las mujeres consistía en mujeres y por tanto se organizó sobre la clase de relaciones uno a uno cercanas, íntimas, compasivas preferidas por las mujeres. Éstas son relaciones vitales, satisfactorias que contribuyen vitalmente a la salud y la supervivencia. Mientras tanto los hombres prefirieron las grandes redes de relaciones superficiales. Éstas son menos satisfactorias y cultivadoras y todo eso, pero forman una base más fértil para la emergencia de la cultura.
Observen que todas esas cosas que he enumerado — literatura, arte, ciencia, etc. — son opcionales. Las mujeres estaban haciendo lo que era vital para la supervivencia de la especie. Sin cuidados y crianza íntimos, los niños no sobrevivirán, y el grupo se extinguirá. Las mujeres contribuyeron a las necesidades de la vida. Las contribuciones de los hombres eran más opcionales, lujos tal vez. Pero la cultura es una poderosa máquina de mejorar la vida. A lo largo de muchas generaciones, la cultura puede crear grandes cantidades de riqueza, conocimiento, y poder. La cultura hizo esto, pero principalmente en la esfera de los hombres.
Por tanto, la razón de la aparición de la desigualdad de género puede que tenga poco que ver con los hombres hundiendo a las mujeres en una dudosa conspiración patriarcal. Más bien, eso vino del hecho de que la riqueza, el conocimiento, y el poder se crearon en la esfera de los hombres. Esto es lo que impulsó a la esfera de los hombres. No una opresión.
Dar a luz es un ejemplo revelador. ¿Qué podría ser más femenino que dar a luz? A lo largo de la mayor parte de la historia y prehistoria, dar a luz estuvo en el centro de la esfera de las mujeres, y a los hombres se los excluyó totalmente. Los hombres raramente o nunca estaban presentes en el parto, ni se compartía con ellos el conocimiento sobre dar a luz. Pero no hace mucho, a los hombres se les permitió finalmente involucrarse, y los hombres pudieron encontrar formas de hacer el parto más seguro tanto para la madre como para el bebé. Piénsenlo: la actividad más femenina por excelencia, y aún los hombres consiguieron mejorarla de formas que las mujeres no habían descubierto durante miles y miles de años.
No nos pasemos. Las mujeres al fin y al cabo se ocuparon del parto bastante bien durante todos esos siglos. La especie sobrevivió, que es lo que cuenta. Las mujeres habían conseguido hacer el trabajo esencial. Lo que los hombres añadieron fue, al menos desde la perspectiva del grupo o la especie, opcional, una bonificación: algunas mujeres y bebés sobrevivieron que de otra forma habrían muerto. Aún así, las mejoras muestran algo de valor salido de la forma masculina de ser social. Las grandes redes pueden recolectar y acumular información mejor que las pequeñas, y así en un tiempo relativamente corto los hombres pudieron descubrir mejoras que las mujeres no habían podido encontrar. De nuevo, no es que los hombres fueran más listos o capaces. Es sólo que las mujeres compartieron su conocimiento individualmente, de madre a hija, o de una matrona a otra, y a largo plazo esto no pudo acumularse y progresar tan efectivamente como en los grandes grupos de relaciones superficiales favorecidos por los hombres.
Para qué son buenos los hombres
Con esto, ahora podemos volver a la pregunta de para qué son buenos los hombres, desde la perspectiva de un sistema cultural. El contexto consiste en sistemas compitiendo contra otros sistemas, grupo contra grupo. Los sistemas grupales que usasen a sus hombres y mujeres de manera más efectiva posibilitarían a sus grupos sobrepasar a sus rivales y enemigos.
Quiero recalcar tres respuestas principales a cómo la cultura usa a los hombres.
Primero, la cultura depende de los hombres para crear las grandes estructuras sociales que la forman. Nuestra sociedad se compone de instituciones tales como universidades, gobiernos, empresas. La mayoría de ellas fueron fundadas y desarrolladas por hombres. De nuevo, esto probablemente tuviera menos que ver con que las mujeres fueran oprimidas o lo que sea y más que ver con que los hombres estuvieran motivados para formar grandes redes de relaciones superficiales. Los hombres se interesan mucho más que las mujeres por formar grandes grupos y trabajar en ellos y llegar a la cima en ellos.
Esto aun parece ser cierto hoy en día. Varios artículos de noticias recientes han llamado la atención hacia el hecho de que las mujeres ahora parecen empezar más pequeñas empresas que los hombres. Esto se cubre en los medios habitualmente como un signo positivo sobre las mujeres, que lo es. Pero las mujeres predominan solo si cuentan todas las empresas. Si se restringen los criterios a las empresas que emplean a más de una persona, o las que dan suficiente dinero para vivir de ellas, los hombres crean más. Sospecho que cuanto mayor sea el grupo en que se fijen, más habrán sido creados por hombres.
Ciertamente hoy en día cualquiera de cualquier género puede fundar una empresa, y si acaso hay ciertas ayudas y ventajas para ayudar a las mujeres. No hay obstáculos ni bloqueos escondidos, lo que se ve por el hecho de que las mujeres fundan más empresas que los hombres. Pero las mujeres se conforman con mantenerse pequeñas, como llevar un negocio a tiempo parcial desde una habitación sobrante, ganando un poco de dinero adicional para la familia. No parecen impulsadas a aumentarlos hasta ser compañías gigantes.
Por consiguiente tanto hombres como mujeres dependen de los hombres para crear las estructuras sociales gigantes que ofrecen oportunidades a ambos. Y está claro que tanto hombres como mujeres se desenvuelven bastante bien en esas organizaciones. Pero la cultura aún depende principalmente de los hombres para construirlas en primer lugar.
El varón desechable
Una segunda cosa que hace útiles a los hombres para la cultura es lo que llamo la desechabilidad masculina. Con esto vuelvo a lo que dije al principio, que las culturas tienden a usar a los hombres para los intentos de alto riesgo, y alta recompensa, en los que una porción significativa sufrirán malos resultados desde ver su tiempo desperdiciado, hasta ser muertos.
Cualquier hombre que lea los periódicos encontrará la frase «incluso mujeres y niños» un par de veces al mes, generalmente sobre ser muertos. El sentido literal de esta frase es que las vidas de los hombres valen menos que las de otra gente. La idea es habitualmente «es malo si gente muere, pero es especialmente malo si mujeres y niños mueren». Y pienso que la mayoría de los hombres saben que en caso de emergencia, si hay mujeres y niños presentes, se esperará de él que dé su vida sin discusión o queja para que los otros puedan sobrevivir. En el Titanic, los hombres más ricos tuvieron menor índice de supervivencia (34%) que las mujeres más pobres (46%) (aunque no pareciera así en la película). Esto es por si mismo notable. Los hombres ricos, poderosos, y triunfadores, los que mueven los hilos, supuestamente aquellos en cuyo favor la cultura está toda organizada… están en un apuro, sus vidas se valoraron menos que las de mujeres con apenas dinero o poder o estatus. Los escasos asientos en los botes salvavidas fueron para mujeres que ni siquiera eran damas, en vez de para esos patriarcas.
La mayoría de las culturas han tenido la misma actitud. ¿Por qué? Hay razones prácticas. Cuando un grupo cultural compite contra otros grupos, en general, el grupo más grande tiende a vencer a largo plazo. Por tanto la mayoría de las culturas han promovido el crecimiento de la población. Y eso depende de las mujeres. Para maximizar la reproducción, una cultura necesita todos los úteros que pueda conseguir, pero unos pocos penes pueden hacer el trabajo. Usualmente hay un superávit de penes. Si un grupo pierde a la mitad de sus hombres, la generación siguiente aún puede quedar completa. Pero si pierde a la mitad de sus mujeres, el tamaño de la generación siguiente se verá recortado gravemente. Por tanto la mayoría de las culturas mantienen a sus mujeres apartadas del peligro mientras usan a los hombres para los trabajos arriesgados.
Esos trabajos arriesgados van más allá del campo de batalla. Muchos tipos de iniciativa requieren el desechabilidad de algunas vidas. La exploración, por ejemplo: una cultura puede enviar docenas de partidas, y algunas se perderán o serán muertas, mientras otras traerán de vuelta riquezas y oportunidades. La investigación es en cierto modo igual: puede haber una docena de teorías posibles sobre un problema, con solo una correcta, así que la gente que comprueba las once teorías equivocadas acabará malgastando su tiempo y arruinando sus carreras, al contrario que el afortunado que recibe el premio Nobel. Y por supuesto los trabajos peligrosos. Cuando estallaron los escándalos sobre los peligros de la industria minera británica, el Parlamento aprobó las leyes mineras que prohibieron que niños menores de 10 años y mujeres de cualquier edad fuesen enviados a las minas. Las mujeres y los niños eran demasiado preciosos para ser expuestos a la muerte en la mina: así que solo hombres. Como dije antes, la diferencia de género en trabajos peligrosos continúa hoy en día, con los hombres dando cuenta de la inmensa mayoría de las muertes laborales.
Otra base de la desechabilidad masculina está implícita en las diferentes maneras de ser social. La desechabilidad va con los grandes grupos que crea la sociabilidad masculina. En una relación íntima, uno a uno, ninguna persona puede ser verdaderamente reemplazada. Puedes casarte si tu cónyuge muere, pero no es realmente el mismo matrimonio o relación. Y por supuesto nadie puede reemplazar verdaderamente a la madre o al padre de un niño.
Por el contrario, los grupos grandes pueden y de hecho reemplazan a prácticamente cualquiera. Tomen cualquier organización grande — la compañía automovilística Ford, el Ejército de los Estados Unidos, los Green Bay Backpackers — y encontrarán que la organización continúa a pesar de haber reemplazado hasta a la última persona en ella. Aún más, cualquier miembro de esos grupos sabe que él o ella puede ser reemplazado y probablemente será reemplazado algún día.
De esa forma, los hombres crean la clase de redes sociales en las que los individuos son reemplazables y prescindibles. Las mujeres prefieren la clase de relaciones en las que cada persona es preciosa y no puede ser verdaderamente reemplazada.
Ganándose la hombría
La frase «sé un hombre» no es tan común como solía ser, pero aún hay la impresión de que la hombría debe ganarse. Cualquier hembra adulta es una mujer y merece respeto como tal, pero muchas culturas retienen el respeto a los hombres hasta y a menos que los muchachos se pongan a prueba. Esto es por supuesto tremendamente útil para la cultura, porque puede establecer lo términos en los que los varones se ganen el respeto como hombres, y de esa manera puede motivar a los hombres a hacer cosas que la cultura encuentre productivas.
Algunos escritos sociológicos sobre el papel masculino han puesto el acento en que para ser un hombre, tienes que producir más de lo que consumes. Esto es, de los hombres se espera, primero, que se mantengan a sí mismos: si alguien te mantiene, eres menos hombre. Segundo, el hombre debería crear algo de riqueza adicional o superávit de forma que pueda mantener a otros además de a sí mismo. Estos pueden ser su mujer e hijos, u otros que dependan de él, o sus subordinados, o quizás incluso tan sólo pagando impuestos que el gobierno pueda usar. Como sea, no eres un hombre a menos que produzcas a ese nivel.
De nuevo, no digo que los hombres estén peor que las mujeres. Hay cantidad de problemas e inconvenientes que las culturas cargan en las mujeres. Mi punto es sólo que las culturas encuentran útiles a los hombres de esas formas tan específicas. Obligar al hombre a ganarse el respeto produciendo riqueza y valor que puedan mantenerlos a él y a otros es una de ellas. Las mujeres no se encuentran con este desafío u obligación en particular.
Estas exigencias también contribuyen a varios patrones de comportamiento masculinos. La ambición, la competición, y la lucha por la grandeza podrían muy bien enlazarse con esta obligación de luchar por el respeto. Los grupos exclusivamente masculinos tienden a verse marcados por humillaciones y otras prácticas que recuerdan a todos que NO hay suficiente respeto para repartir, porque esta concienciación motiva a cada hombre a esforzarse más por ganarse el respeto. Esto, de paso, ha sido probablemente una fuente principal de roce al haberse integrado las mujeres al trabajo, y las organizaciones han tenido que cambiar hacia prácticas en las que todos merecen respeto. Lo hombres no las habían hecho para respetar a todos.
Una de las diferencias de género básicas, más ampliamente aceptada es agencia frente a comunión. La agencia masculina podría ser en parte una adaptación a esta clase de vida social basada en grupos grandes, donde a la gente no necesariamente se la valora y tienes que luchar por el respeto. Para triunfar en la esfera social masculina de grandes grupos, necesitas un ego activo, agéntico para luchar por tu puesto, porque no se te entrega y sólo unos pocos triunfarán. Incluso el ego masculino, con su preocupación por probarse a sí mismo y competir contra otros, parece que fuera diseñado para tratar con sistemas en los que hay una escasez de respeto y tienes que trabajar duro para conseguir un poco. O si no se te expondrá a humillación.
¿Es eso todo?
No he agotado todas las maneras en que la cultura explota a los hombres. Ciertamente hay otras. El impulso sexual masculino puede ser aprovechado para motivar toda clase de comportamientos y puesto a trabajar en una clase de mercado económico en el que los hombres dan a las mujeres otros recursos (amor, dinero, compromiso) a cambio de sexo.
Las culturas también usan a hombres individuales para propósitos simbólicos más que a las mujeres. Esto puede ser de una forma positiva, como el hecho de que las culturas dan funerales elaborados y otros recordatorios a los hombres que parecen encarnar sus valores favoritos. También puede ser negativo, como cuando las culturas arruinan la carrera de un hombre, lo avergüenzan públicamente, o incluso lo ejecutan por un solo acto que viola uno de sus valores. Desde Martin Luther King a Don Imus, nuestra cultura usa a los hombres como símbolos para expresar sus valores. (Dénse cuenta de que ninguno de los dos salió bien parado de ello).
Conclusión
Para resumir mis planteamientos principales: unos pocos hombres afortunados ocupan la cima de la sociedad y disfrutan de las mejores recompensas de la cultura. Otros, menos afortunados, ven sus vidas trituradas por ella. La cultura usa tanto a hombres como a mujeres, pero la mayoría de las culturas los usan de formas diferentes. La mayoría de las culturas ven a los hombres individuales como más desechables que a las mujeres individuales, y esta diferencia tiene su base probablemente en la naturaleza, en cuya competición reproductiva algunos hombres son los grandes perdedores y otros hombres son los mayores vencedores. Por tanto usa a los hombres para los muchos trabajos arriesgados que tiene.
Los hombres están en los extremos más que las mujeres, y esto encaja bien con que la cultura los use para probar cantidad de cosas diferentes, recompensando a los ganadores y aplastando a los perdedores.
La cultura no tiene que ver con hombres contra mujeres. En términos generales, el progreso cultural emergió de grupos de hombres trabajando con y contra otros hombres. Mientras las mujeres se concentraron en las relaciones cercanas que posibilitaron la supervivencia de la especie, los hombres crearon las mayores redes de relaciones superficiales, menos necesarias para la supervivencia pero finalmente posibilitando el florecimiento de la cultura. La creación gradual de riqueza, conocimiento, y poder en la esfera de los hombres fue la fuente de la desigualdad de géneros. Los hombres crearon las grandes estructuras sociales que componen la sociedad, y los hombres aún son principalmente responsables de esto, incluso aunque ahora veamos que las mujeres pueden desenvolverse perfectamente bien en estos grandes sistemas.
Lo que parece haber funcionado mejor para las culturas es enfrentar a los hombres unos contra otros, compitiendo por el respeto y otras recompensas que acaban distribuidas desigualmente. Los hombres tienen que ponerse a prueba produciendo cosas que la sociedad valore. Tienen que imponerse sobre rivales y enemigos en competiciones culturales, que es probablemente por lo que no son tan adorables como las mujeres.
La esencia de cómo la cultura usa a los hombres depende de una inseguridad social básica. Esta inseguridad es de hecho social, existencial, y biológica. Implícito en el papel masculino está el peligro de no ser lo bastante bueno para ser aceptado y respetado e incluso el peligro de no ser capaz de prosperar lo suficiente para tener descendencia.
La inseguridad social básica de la hombría es agobiante para los hombres, y es apenas sorprendente que tantos hombres se desmoronen o hagan cosas malvadas o heroicas o mueran más jóvenes que las mujeres. Pero esa inseguridad es útil y productiva para la cultura, el sistema.
De nuevo, no digo que esté bien, o sea justo, o apropiado. Pero ha funcionado. Las culturas que han triunfado han usado esta fórmula, y esa es una razón por la que han triunfado en vez de sus rivales.
Roy Baumeister es catedrático de Psicología en la Universidad Estatal de Florida especializado en psicología social y autor de muchos artículos y libros.