¿Por qué a nadie le importa la teoría feminista?

Presentamos este texto de James A. Lindsay, uno de los coautores del engaño sobre el «pene conceptual», donde expone su visión sobre los estudios de género. Traducción de Stephania Donayre y Verónica Mastachi.

Proyecto Karnayna

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James Lindsay

Seamos realistas sobre algo importante: a nadie le importa realmente que lo piensan las académicas feministas ni por qué piensan lo que piensan. A decir verdad, esto no es sorprendente. Los estudios feministas forman un peculiar remanso académico al que nadie debería prestarle atención; y es probable que nadie lo hiciera si no se estuviera volviendo tan dolorosamente influyente.

Esta desproporcionada influencia tampoco es sorprendente. A la gente le preocupa mucho la igualdad de género y los derechos de las mujeres: tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido, la igualdad de género goza del apoyo de aproximadamente cuatro de cada cinco personas. Esto presenta un problema. Con excepción de otras feministas, más o menos todo el mundo ignora por completo la teoría feminista y así ha sido durante décadas, lo que ha permitido que haya caído muy bajo en su madriguera de conejo autorreferencial. Que esta línea académica sea ignorada mientras desarrolla un aparente pedigrí académico es lo que explica, más que cualquiera de otros muchos factores, por qué la teoría feminista perdura y ejerce tanto control contemporáneo sobre la academia y la sociedad, lo cual es, por lo demás, un enorme problema.

Puede que pienses que estoy exagerando al decir que es un enorme problema el ignorar un rincón aparentemente insustancial de la empresa académica. Bien, pues revisa tus privilegios y mira a tu alrededor, porque esto se está filtrando más allá de los departamentos de teoría.

La verdadera razón por la cual estos tipos no pueden tener una conversación sobre machismo sin decir #NoTodosLosHombres. http://bit.ly/2icIj0J #misoginia #machismo

Es cierto que los estudios de género, que conceptualmente abarcan la teoría feminista, mantienen una representación casi nula dentro de las mil publicaciones académicas más significativas (Gender & Society, la más importante, se encuentra orgullosamente en el puesto 824 entre todas las revistas académicas). Pero es difícil ignorar muchas de las puestas en práctica más recientes de la teoría feminista en el «mundo real». Podría referirme ahora a abusos enormes y obvios, como los penosos excesos en campus universitarios y el pánico moral desproporcionado ante el acoso sexual; sin embargo, me impone más la reciente «estridente» diatriba contra los hombres de la divulgadora feminista Lindy West en The New York Times. Aun más preocupante, su sermón se hace eco de la académica feminista Lisa Wade, que semanas antes afirmaba definitivamente-no-en-contra-de-los-hombres que «el problema no es la masculinidad tóxica; es que la masculinidad es tóxica», y que «tenemos que llamar ideología peligrosa a la masculinidad y denunciar a todo aquel que se identifique con ella». Para quienes no lo sepan, «masculinidad tóxica» es un término técnico originado dentro de la teorización feminista, y no el bonito giro de una frase inventada por escritores audaces.

Llegado este punto, debemos hacer una pausa para preguntarnos cómo la teoría feminista se está filtrando en la cultura popular, y la razón es que se trata de un trabajo académico impulsado por el activismo. Tiene una agenda: esta agenda, la de rehacer la sociedad a su imagen y semejanza. A pesar de que el amplio apoyo para la igualdad de género no se filtra eficazmente en apoyo para este tipo de feminismo (solo aproximadamente uno de cada cinco estadounidenses y menos de uno de cada diez británicos se identifica como feminista), esto le da una entrada a la teoría feminista para llegar al público. La puerta por la que esto sucede ha sido principalmente la universidad, donde la teoría feminista no solo se genera, sino que se pone en práctica. Esto ha ocurrido principalmente de dos formas. En primer lugar, como centros de cultura y aprendizaje, la teoría feminista se ha filtrado gradualmente (y en gran parte intencionadamente) en los planes de estudios y en la cultura educativa universitaria. Esto ha llevado a su difusión en los medios (que le dan difusión preferente), negocios (con su nuevo énfasis en la diversidad y la inclusión), y en la sociedad en general (que ha interiorizado ampliamente una cantidad sorprendente de la teoría crítica). En segundo lugar, se aplica directamente a través de las estremecedoramente expansivas aplicaciones del Título IX, el cual se originó como parte de la Ley de Derechos Civiles, pero se expandió bajo el mandato del presidente Obama de maneras que parecen ser claramente iliberales y en desacuerdo con los objetivos generales de la universidad.

Dada la abrumadora actitud positiva hacia la igualdad de género y siendo la universidad el epicentro de su puesta en práctica, es francamente notable que todos, especialmente los académicos no-feministas, estén tan claramente poco impresionados por la teoría feminista. Cierto, aparentemente es algo soso y arcano, como lo es la compleja teorización académica, ampliamente filosófica por naturaleza, que busca entender la naturaleza de la desigualdad de género. Sin embargo, ésta no es la razón por la cual la teoría feminista ha probado ser exitosa. El honor lo tiene el hecho de que se ha aislado a sí misma y, a falta de un mejor término, se ha hecho imposible-darle-importancia. La solución a este consecuente problema, entonces, no es empezar a interesarse por la teoría feminista porque eso es del todo imposible. No es solo que a la gente no le importe la teoría feminista: es que es el tipo de cosa que a casi nadie puede importarle. Peor, incluso si consigues interesarte en ella, a nadie va a importarle que lo hagas, y sufrirás en soledad.

Al igual que los innumerables detalles que describen el universo aislado de un videojuego al que nunca has jugado, o el esencial meollo teológico de una religión en la que no crees, o la explicación de un sueño realmente alucinante que otra persona tuvo e insiste en contarte («estábamos juntos en nuestra casa, pero no era nuestra casa, era una casa diferente, pero era nuestra casa en el sueño, y tú tenías dos tenedores…»), la teoría feminista tiene casi todas las características distintivas de algo a lo que es imposible-darle-importancia.

  • Es debidamente esotérica como varias disciplinas académicas bien desarrolladas.
  • Parece describir un universo alternativo que es casi como el nuestro, pero distorsionado fantasiosamente de tal manera que se hace difícil suspender la incredulidad (y esto es consecuencial).
  • Involucra trágicamente la lucha maniquea del bien (presuntamente el feminismo emancipador) contra el mal (la naturaleza humana, la masculinidad, los hombres, el «patriarcado», las mujeres siendo ellas mismas, la «opresión», la ciencia, la pornografía, la representación de prácticamente todo a través de los medios de comunicación, los emojis, y así sucesivamente).
  • Suena como teorías de conspiración (ya que utiliza varias, tales como «patriarcado», «masculinidad hegemónica», «cultura de la violación», y «feminidad hegemónica»).
  • Se presenta con una jerga técnica oscurantista (como que solo puedes estar en desacuerdo debido a tu «resistencia epistémica preservadora-de-privilegios») y su propio lenguaje coloquial especializado que excluye a los no iniciados.
  • Está lleno a rebosar de confusas luchas internas (feministas materialistas/marxistas, feministas radicales, feministas interseccionales, crítica de género feminista, feministas liberales).
  • Casi nadie la lee. No solamente casi todo el mundo ajeno al campo, sino que tampoco casi nadie dentro del campo (más del 80% de sus trabajos no reciben ni una sola cita).
  • Se niegan rotundamente a escuchar a nadie más.

Quizá la primera crítica realmente abrumadora hacia la teoría feminista vino de biólogo Paul Gross y el matemático Norman Levitt en 1994 con su libro Higher Superstition, que buscaba salvar a la Academia de los crecientes excesos de la izquierda académica. El problema, fundamentalmente, (y aquí es donde sé que puedo perder a la mitad de mis lectores por el razonamiento temático detrás de este ensayo) es que la epistemología feminista y los estudios científicos feministas han florecido debajo de luminarias como Evelyn Fox Keller y Sandra Harding. Esas mujeres, entre otras, buscaron exponer la producción científica y del conocimiento como algo machista para hacer que cedieran con más firmeza ante la voluntad feminista (Harding se refirió a los legendarios Principia de Newton como un «manual de violación» (p. 113), aunque más tarde lamentó haberlo dicho).

Así, surgieron «las Guerras de la Ciencia», y la primera gran salva de cordura fue la admirable postura de Gross y Levitt contra lo que solo puede describirse como una apuesta seria por iniciar un nuevo Lysenkoísmo feminista. Gross y Levitt, a su vez, inspiraron a Alan Sokal, famoso por escribir el engaño académico que inspiró el nuestro y que lo llevó a un libro con Jean Bricmont llamado Tonterías de moda (Fashionable Nonsense fue traducido como Imposturas intelectuales, N. de T.); un título brillante que también describe de manera sucinta por qué la teoría feminista está más allá de la preocupación humana.

EL PENE CONCEPTUAL COMO UN CONSTRUCTO SOCIAL: UN ENGAÑO AL ESTILO SOKAL SOBRE ESTUDIOS DE GÉNERO

Estas Guerras de la Ciencia debieron haber terminado definitivamente con Steven Pinker en 2003, cuando publicó su devastador libro The Blank Slate (Hay traducción: La tabla rasa, N. de T.). Como sin duda habrás notado, la teorización feminista no se detuvo en 2003, o 2004, ni aun en 2005, aunque las Guerras de la Ciencia sí fueron perdiendo protagonismo. En lugar de poner fin a las tensiones de la teorización feminista a las que debió avergonzar por completo, La tabla rasa terminó precisamente con cualquier creencia razonable de que comprometerse en serio con la teorización feminista, o criticarla, podría frenarla.

Lejos de ser un histrionismo fatalista por mi parte, dicho sea de paso, este resultado ha sido demostrado recientemente por Charlotta Stern, usando el libro de Pinker como punto de referencia. ¿El descubrimiento de Stern? La teoría feminista está muy aislada y a resguardo de la crítica externa; hasta el punto de ser el apropiado equivalente académico de Temiscira, la isla inaccesible de las Amazonas en el universo de la Mujer Maravilla de DC Comics. No es solo que la teorización feminista no sea interesante o inteligible para los de fuera, sino que evolucionó de tal manera que se aísla así misma, alejándose de la mayoría del resto del pensamiento racional. Dicho de otra manera, la teorización feminista nunca ha estado escasa de críticos, pero, a través de su poder de desvíar las críticas con acusaciones de ser potencialmente machistas, ha respondido a este proceso de selección no con la responsable corrección académica sino haciéndose imposible-darle-importancia en el mundo externo, mientras se ponía anteojeras para poder continuar como si toda crítica a la misma fuese, de hecho, demasiado machista como para ser considerada.

Como resultado, en mayo del año pasado, trabajando con el filósofo Peter Boghossian, he tratado de llamar la atención sobre el problema del feminismo académico mediante la publicación de un engaño académico ridículo y satírico llamado «The Conceptual Penis as a Social Construct» (Hay traducción: «El pene conceptual como un constructo social», N. del T.), que resultó ligeramente controvertido y obtuvo muchas críticas. Entre otras críticas a este engaño de valor variable, muchos estudiosos se enfadaron con nosotros porque intentamos hacer un engaño total en lugar de comprometernos directamente con el feminismo académico y de manera apropiadamente digna y académica.

Tomando en serio los estudios feministas: más allá del engaño del pene conceptual.

Aquí es donde los más altos principios de la teorización de la academia se dan de bruces con el muro de la realidad, pero por tres razones importantes. Primera, a la teoría feminista es imposible-darle-importancia, así que, si nos comprometemos con ella más seriamente, a nadie le va a importar. Segunda, el compromiso académico del más alto nivel con la teoría feminista es una mala respuesta a la realidad de la situación: todos los beneficios de la charlatanería vienen del compromiso serio de los pares que se espera emular. Los creacionistas quieren debatir con los biólogos por la sencilla razón de que parte del imprimátur de la biología accidentalmente pasa al creacionista desde el momento en que se programa el debate. «Mira, ¡yo también estoy haciendo ciencia! ¡Este científico quiere debatir conmigo!». De esta forma, la teorización feminista, no muy diferente a la teología, se beneficia pero no sale afectada por el compromiso con la filosofía madura y la ciencia que intenta tratar bajo sus propios términos. «¡Somos filósofas y sociólogas feministas! ¡Inspiramos y participamos en el debate académico en esos campos!». Tenemos que pensar muy cuidadosamente si esto es algo que queremos hacer. La alternativa, entonces, es rechazar comprometerse con sus premisas en sus propios términos, y poner en evidencia que es un modelo poco sofisticado e inadecuado para comprender la realidad.

Tercera, y más importante, la crítica a la teoría feminista, desde el feminismo mismo, es lo peor porque hay algo más que el imposible-darle-importancia. Está organizada de tal forma que la crítica sustancial no tiene impacto alguno. ¿Cómo podría? Ha establecido un sistema de autoprotección (como lo hacen la mayoría de las teorías de conspiración) dentro del cual la crítica a la teoría feminista se entiende como validación de la teoría feminista. Tomemos de ejemplo dichos comunes como «la crítica al feminismo es el motivo por el cual necesitamos el feminismo». Bajo la teoría feminista, que depende profundamente del pensamiento posmoderno, se tiene la creencia de que el conocimiento está construido por «discursos dominantes», y el feminismo, particularmente el feminismo interseccional, es considerado un verdadero defensor de las voces marginadas, incluyendo presuntamente las de las mujeres. Peor que esto, debido a sus creencias sobre las estructuras de poder, criticar a la teoría feminista es violar el tabú moral contra la igualdad de género. Las críticas de la teoría feminista, aun en términos puramente académicos, son ridiculizadas con facilidad como cómplices del machismo, y la arquitectura moral posterior a la academia de la década de 1960 dejó a otros académicos (y administradores) particularmente débiles ante estas acusaciones. Así, la teoría feminista se ha perpetuado y concentrado, volviéndose al mismo tiempo cada vez menos conectada con la realidad y haciéndose todavía más imposible-darle-importancia.

Por lo tanto, la crítica de la teoría feminista no puede funcionar de una manera normal. Desde dentro, solo puede ser vista como evidencia de que los discursos dominantes que pretenden derribar son todavía dominantes, por lo que hay que oponerse a ellos con más fuerza. Interpretada desde dentro de la arquitectura académica de la teoría feminista, los críticos como Peter Boghossian, Paul Gross, Norman Levitt, Alan Sokal, Steven Pinker o yo mismo, solo somos hombres blancos ejerciendo nuestra resistencia epistémica, como cualquier otro hombre que no esté de acuerdo. (Nota bene: Las mujeres que no están de acuerdo sufren de «misoginia interiorizada» y, en un intento por conservar los favores de «los hombres», se comprometen en el mismo rechazo epistémico, o son desplazadas — porque no hay ninguna otra manera de ganar aquí si no se está de acuerdo con las feministas — , o son usadas como evidencia de la justicia del feminismo y de la necesidad de más feminismo y más teoría feminista, o son ignoradas).

Esto crea dos fuerzas poderosas que han permitido que la teoría feminista resista más que la propia responsabilidad académica. En primer lugar, desvía todas las críticas al abusar de una laguna en la arquitectura moral de la izquierda académica y cultural: una abrumadora necesidad de distanciarse de todo aquello que pueda concebirse como intolerancia, necesidad tan solo superada por un impulso aun más fuerte de enviar claras señalizaciones de virtud demostrando la magnitud infranqueable de su distancia. En segundo lugar, se hace imposible-darle-importancia, al replegarse en sí misma en una fantasiosa isla académica, como la teología. El problema es que la isla está bien armada, y estamos dentro del alcance de los misiles de la misma. Esto está ocurriendo en un ambiente general de casi completa indiferencia hacia la teoría feminista debido a que muy poco de lo que produce es comprensible, coherente o sustancial, lo cual es, de hecho, un problema.

El resultado final de esta visión sombría es que nos da una salida. No nos deja en la posición de intentar darle importancia a la teoría feminista; eso es casi imposible y, por lo tanto, peor. Por el contrario, debería permitirnos hacernos algunas preguntas serias sobre lo que significa que sea imposible-darle-importancia a la teoría feminista y que, al mismo tiempo esto tenga enormes consecuencias en manos de las activistas a las que agita.

Sugiero que las respuestas a esas preguntas se lleven fuera de la demarcación del academicismo responsable, por muy académico que pueda parecer esto. El trabajo académico que se niega a ser criticado no es trabajo académico; se trata de una imitación antigua conocida como sofistería: el tipo de paparruchas de aspecto filosófico que asume cuáles son las conclusiones y escribe en círculos interminables, tratando de ocultar ese hecho. No tiene por qué ser así. La teoría feminista y los estudios de género en general podrían ser valiosos e interesantes si apreciasen la evidencia, el rigor y aceptasen la crítica. Actualmente, no lo hacen. Si podemos aceptar esto, entonces el camino a seguir está claro. Si la teoría feminista no es en absoluto trabajo académico, no tenemos ninguna obligación de tratarla como tal.

James Lindsay

James A. Lindsay tiene un doctorado en matemáticas y formación en física. Es autor de cuatro libros, el más reciente Life in Light of Death. Sus ensayos han aparecido en TIME, Scientific American, y The Philosophers’ Magazine. Síguelo en Twitter @GodDoesnt

Fuente: Quillette

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