La simplificación como sofisticación en los feminismos y los estudios de género (I)

Proyecto Karnayna
12 min readDec 7, 2020

Esta es la primera parte de un resumen del capítulo 6 del libro Cynical Theories (Teorías cínicas), de Helen Pluckrose y James Lindsay.

James Lindsay y Helen Pluckrose. Imagen: Mike Nayna

Los académicos Helen Pluckrose y James Lindsay son conocidos por el caso de los “grievance studies” (estudios de agravios) junto al también académico Peter Boghossian. Previamente, Lindsay y Boghossian habían publicado en Cogent Social Sciences el falso trabajo “El pene conceptual como constructo social”, donde argumentaban que había que diferenciar el pene en sí del “pene conceptual”, que estaría tras el cambio climático antropogénico, pues otra cosa sería transfobia. En el caso de los estudios de agravios, Pluckrose y Lindsay fueron mucho más lejos y publicaron falsos trabajos académicos descabellados, cuestionables éticamente, o ambas cosas, de los campos de los estudios culturales en diferentes revistas. Posterormente, Pluckrose y Lindsay publicaron un libro, Cynical Theories (Teorías cínicas), crítico con la “izquierda posmoderna” asociada a este tipo de estudios, pero con un tono más dialogante. Lo que sigue a continuación es un resumen del capítulo 6 de ese libro, “Feminisms and Gender Studies: Simplification as Sophistication” (Feminismos y estudios de género: La simplificación como sofisticación).

Pluckrose y Lindsay dedican el capítulo 6 de su libro Cynical Theories a la transformación del feminismo en el cambio de milenio. El feminismo adoptó un nuevo un nuevo enfoque “cada vez más sofisticado” llamado “interseccionalidad”, que combinaba muchas formas de teorizar sobre la identidad. En el feminismo se hizo cada vez más común la teoría de la existencia de múltiples ejes de identidades marginadas que estarían oprimidas por sistemas de poder que contaban con la complicidad de los privilegiados hacia la intolerancia y la injusticia.

Los feminismos, antes y ahora

Para ser justos, el feminismo nunca fue un movimiento homogéneo. Aunque la definición más básica de feminismo es “creencia en la igualdad de género”, el trabajo académico y el activismo feministas siempre han sido mucho más ideológicos y teóricos y nunca fue un movimiento homogéneo. Hay muchos tipos de feminismo. Pluckrose y Lindsay consideran que, por lo menos, hay que tener en cuenta cuatro de ellos: el liberal, el materialista, el radical y el interseccional. Pero en cualquiera de sus variantes, el feminismo se interesa por los derechos, los roles y las experiencias de las mujeres en la sociedad y, Pluckrose y Lindsay lo consideran uno de los movimientos más importantes de la historia.

En la “segunda ola” feminista, desde finales de los años 60 hasta mediados de los 80, el feminismo liberal fue la forma de activismo de base más amplia. Fue un feminismo que trabajó para extender gradualmente a las mujeres todos los derechos y libertades de una sociedad liberal. Fue el que recibió mas apoyo popular y reconfiguró con éxito el panorama de la sociedad, en particular en el lugar de trabajo. Otros dos feminismos también estuvieron presentes en el activismo de la época y además eran dominantes en la erudición feminista, compitiendo entre sí. El feminismo materialista se preocupaba por la forma en la que el patriarcado y el capitalismo actuaban en conjunto para limitar a las mujeres, especialmente en entornos como el lugar de trabajo y el hogar. Por lo tanto, sus teorías se basaban en diversos grados en el marxismo y, más en general, en el el socialismo. El feminismo radical puso el patriarcado en primer plano y vio a las mujeres y a los hombres como clases oprimidas y opresoras respectivamente. Eran revolucionarias que pretendían reconstruir la sociedad, desmantelar el concepto de género (pero no de sexo) y derrocar el patriarcado y el capitalismo.

A finales de los años ochenta y noventa, un nuevo grupo de teóricas presentó un enfoque más “sofisticado” del que surgiría el feminismo interseccional. Este enfoque aceptó la opresión de la identidad como “real” e incorporó aspectos de la teoría queer, la teoría poscolonial y, en particular, la teoría crítica de la raza a través del concepto de interseccionalidad. El enfoque resultante de este feminismo de “tercera ola” tendía a descuidar las cuestiones de clase y a centrarse en la identidad en forma de raza, identidad de género y sexualidad. En lugar de centrarse en torno a la identidad compartida de las mujeres, entendida como una “sororidad”, los feminismos interseccionales y queer negaban que las mujeres tuvieran experiencias comunes e incluso complicaban el significado de ser mujer. Así como el feminismo liberal había querido tener la libertad de rechazar los roles de género y acceder a las mismas oportunidades que los hombres, y las feministas radicales habían querido desmantelar por completo el género como una construcción social opresiva, las feministas interseccionales veían el género como algo construido culturalmente y como algo que las personas podían experimentar como real y esperar que se reconociera como tal.

Una teoría “cada vez más sofisticada”

A principios de la década de 2000, el cambio interseccional en el feminismo ya se había vuelto innegable. En 2006, Judith Lorber, profesora (ahora emérita) de sociología y estudios de género, resumió las cuatro tendencias principales de este “cambio de paradigma”:

  1. Hacer que el género — no el sexo biológico — sea lo central;
  2. Tratar el género y la sexualidad como construcciones sociales;
  3. Leer el poder en esas construcciones — poder que actúa en el sentido foucaultiano de una red permeable — ; y
  4. Centrarse en el propio punto de vista, es decir, en la propia identidad.

Estos cambios se presentaron, en palabras de Lorber, como un modelo “cada vez más sofisticado” para el pensamiento feminista. Pluckrose y Lindsay lo definen como Teoría posmoderna aplicada al feminismo, una combinación de Teoría queer (de ahí el enfoque en el género y su condición de construcción social), Teoría crítica de la raza (interseccionalidad), y Teoría postcolonial (ampliando la interseccionalidad para incluir temas postcoloniales). En este nuevo paradigma feminista, el conocimiento está “situado”, lo que significa que proviene del “punto de vista” de cada uno en la sociedad, es decir, de la pertenencia a grupos de identidades que interseccionan entre sí. Esto, a su vez, hace que la verdad objetiva sea inalcanzable y vincula el conocimiento al poder y tanto el conocimiento como el poder a los discursos que se cree que crean, mantienen y legitiman la dominación y la opresión dentro de la sociedad.

Para entender mejor la transformación del feminismo, es importante comprender que las raíces de los estudios de género — que en principio se llamaban estudios de la mujer — surgieron en los años 50 y 60, principalmente de la teoría literaria. Así, El segundo sexo (1949), de Simone de Beauvoir, sostenía que las mujeres se construyen a partir de la interiorización cultural de su inferioridad respecto de los hombres, y La mística de la femineidad (1963), de Betty Friedan, criticaba la idea de que las mujeres se realizaban mediante la vida doméstica y la maternidad. Política sexual (1970), de Kate Millet, proporcionaba una lectura detallada de las representaciones negativas de la mujer en los textos literarios de los hombres, y La mujer eunuco (1970), de Germaine Greer, argumentaba que las mujeres estaban reprimidas sexualmente y alienadas de sus propios cuerpos e ignoraban lo mucho que las odiaban los hombres. Toda esta teoría literaria cabe dentro del feminismo radical, en el sentido de que argumentan que la feminidad es construida e impuesta culturalmente por los hombres (en una dinámica de poder de arriba hacia abajo), y abogan por el derrocamiento revolucionario del patriarcado.

En los años 70 y 80, las estudiosas feministas examinaron el rol de la mujer en la familia y la fuerza de trabajo y las expectativas sociales para que las mujeres fueran femeninas, sumisas y bellas, si no sexualmente disponibles. Abundaban las ideas marxistas de la mujer como clase subordinada que existe para sostener a los hombres (quienes, a su vez, sostienen el capitalismo), y las feministas se reunían para sesiones de “concienciación” donde entender su propia opresión y su naturaleza culturalmente construida según el concepto marxista de “falsa conciencia”, es decir, formas de pensar que impiden a alguien ser capaz de entender su situación real. Esto se asemeja al concepto de “misoginia internalizada”, que describe a las mujeres que aceptan la imposición social de la inferioridad de la mujer como algo normal y natural. Pero a finales de los 80 y principios de los 90, el panorama comenzó a cambiar, a medida que se hacía sentir la influencia posmoderna aplicada de la teoría queer, la teoría poscolonial y la interseccionalidad.

Judith Lorber describe la forma en que el feminismo marxista veía a la mujer como una clase en su ensayo de 2006 titulado “Shifting Paradigms and Challenging Categories”. Sostiene “las feministas marxistas ampliaron su análisis para mostrar que la explotación de las amas de casa era parte integrante de la economía capitalista”. Esta visión feminista materialista presenta una metanarrativa sobre los hombres, las mujeres y la sociedad, basada en un simple binarismo opresivo masculino/femenino. Tal binarismo era inaceptable para el posmodernismo aplicado que considera que cualquier “juego de lenguaje” de este tipo favorece una dinámica de dominación y subordinación. Como respuesta, las nuevas teóricas, recurrieron a la teoría queer para cuestionar las categorías de “mujeres” y “hombres” en sus fundamentos lingüísticos.

Este cambio conceptual se resumió en el informe de Jane Pilcher e Imelda Whelehan sobre el desarrollo de los estudios de género. Estos cambios son importantes, señalan, porque “se argumenta que el estatus y la posición individuales de quienes agrupamos y llamamos ‘mujeres’ y de quienes llamamos ‘hombres’ varían tanto en el tiempo, el espacio y la cultura que hay poca justificación para el uso de estos sustantivos colectivos”. Argumentaban que, según la teoría, las “mujeres” y los “hombres” son considerados como construcciones o representaciones — logradas a través del discurso, la performatividad y la repetición — en lugar de entidades ‘reales’”. Tratar de estudiar a las “mujeres” o a los “hombres” es perder el punto. Para los posmodernistas aplicados, el tema de interés es el “género”, que definen como los comportamientos y expectativas que se enseñan a las personas consideradas hombres y mujeres, que, aunque no se pueden eliminar por completo, pueden ser perturbados, confundidos y complejizados.

La teoría no solo cambió drásticamente el feminismo, al cambiar la comprensión de las construcciones sociales de género de un binarismo opresivo simplista a un fenómeno fluido e inestable con potencial liberador; también hizo que el feminismo se centrara en la interseccionalidad: “A medida que la comprensión del género se ha desarrollado como un área compleja, multifacética y multidisciplinaria, que implica el estudio de las relaciones tanto dentro como entre los géneros, los ‘estudios de género’ se han convertido en un término cada vez más popular, aunque no es indiscutible”. En otras palabras, a lo largo de la fase de posmodernismo aplicado, la unión de varios grupos minoritarios bajo la única bandera de la opresión llegó a ser vista como la única forma “correcta” de hacer feminismo. Mientras tanto, el feminismo dio paso a los estudios de género bajo los auspicios de la teoría queer y adoptó la interseccionalidad como una especie de Gran Teoría Unificadora del Poder Social y la Injusticia Social.

Lorber describe esta nueva pluralidad e indeterminación:

Al reconocer la multiplicidad de géneros, sexos y sexualidades, la investigación feminista es capaz de ir más allá de los binarismos convencionales. El problema que han comenzado a resolver es cómo generar categorías para la comparación, incluso mientras se las deconstruye de manera crítica.

Mientras tanto, los estudios de género ya estaban haciendo lo mismo que el posmodernismo. Habían llegado a considerar el conocimiento como una construcción cultural (principio de conocimiento posmoderno), trabajaba dentro de muchos vectores de poder y privilegio (principio político posmoderno), y estaba deconstruyendo categorías, desdibujando los límites, centrándose en los discursos, practicando el relativismo cultural y honrando la sabiduría de los grupos de identidad (cuatro temas posmodernos).

Lorber divide el cambio en cuatro aspectos. Primero, está la centralidad del género como un principio organizador global para toda la sociedad:

El cambio de paradigma en la ciencia social feminista comienza con el concepto de género como principio organizador del orden social general en las sociedades modernas y todas las instituciones sociales, incluyendo la economía, la política, la religión, el ejército, la educación y la medicina, no solo la familia. En esta conceptualización, el género no es solo parte de las estructuras de la personalidad y la identidad, sino que es un estatus formal y burocrático, así como un estatus en los sistemas de estratificación multidimensional, las economías políticas y las jerarquías de poder.

El pensamiento feminista ya no podía entender el “patriarcado” como el “poder literal de los padres” (y los maridos), sino como, en términos foucaultianos, vagas nociones de dominación masculina que impregnaban todos los discursos. El nuevo paradigma veía el poder y el privilegio como un “principio organizador”, otorgando “un estatus en los sistemas de estratificación multidimensional”, es decir, las personas son categorizadas jerárquicamente, lo que informa la forma en que piensan y hablan.

Lorber continúa,

El segundo aspecto de este cambio de paradigma es que el género y la sexualidad se construyen socialmente. Este principio proporciona el contenido del género como un proceso organizativo, un marco para la interacción cara a cara, y los aspectos de comportamiento de la identidad personal.

El género, en la nueva concepción posmodernista aplicada, se convirtió en algo que se hace por y para las personas y que todos nos hacemos a nosotros mismos. Como “to queer”, que surgió como un verbo en la teoría queer debido a la importancia percibida de los “actos de habla” — crear la realidad con el propio discurso — “to gender” (generizar) se convirtió en un verbo. Como resultado, las teóricas dirigieron su atención a las formas en que las estructuras de la sociedad son “generizadas”. Por ejemplo, mientras que antes un anuncio que mostraba a una mujer usando detergente para lavar platos podría haber sido visto como un refuerzo de las expectativas patriarcales y como una explotación de la mujer en un sentido material, después del giro posmoderno aplicado se vería como una forma de “generizar” las tareas domésticas — utilizando discursos para legitimar la idea de que lavar platos es parte de lo que significa ser mujer — . Este “generizar” se produce cuando el anuncio presenta esa idea como parte de un conjunto de discursos socialmente legitimados que definen los roles de género femenino para socializar mujeres. Este punto de vista enfatiza el constructivismo social.

Lorber explica el papel del poder en la creación y mantenimiento de estas construcciones sociales:

El tercer enfoque es el análisis del poder y el control social imbricado en la construcción social de género y sexualidad, que pone al descubierto la hegemonía de los hombres dominantes, su versión de la masculinidad y la heterosexualidad.

Las ideas feministas anteriores se mantuvieron, pero el enfoque y la comprensión de las mismas cambió. Lo que antes se había visto como roles y restricciones legalmente obligatorias y expectativas abiertamente sexistas de adhesión a los roles de género impuestos por los hombres, fue, después del cambio posmoderno aplicado, atribuido a expectativas más sutiles, interactivas, aprendidas, realizadas e internalizadas, perpetuadas por todos. Esto conecta con la visión posmoderna del poder promovida por Michel Foucault.

Lorber aborda la construcción del conocimiento después del cambio de paradigma, abogando por la importancia del punto de vista (es decir, los grupos a los que se pertenece y sus posiciones sociales en relación con el poder) y la interseccionalidad,

En cuarto lugar, las ciencias sociales feministas han elaborado diseños y metodologías de investigación que han permitido que los puntos de vista de las mujeres oprimidas y reprimidas de todo el mundo pasen a primer plano y que reflejan análisis interseccionales cada vez más sofisticados de la clase, la etnia, la raza, la religión y la sexualidad.

Este supuesto aumento de la sofisticación es, con toda probabilidad, la razón por la que el pensamiento interseccional y la teoría posmoderna en la que se basa se han impuesto con tanta rapidez, amplitud y decisión. Los modelos patriarcales-capitalistas de arriba abajo promovidos por las feministas radicales y materialistas — especialmente las académicas — también habían empezado a parecer menos sostenibles. El pensamiento interseccional introdujo líneas de trabajo completamente nuevas, no solo dentro de la sociedad sino también dentro del propio feminismo. El giro interseccional fue impulsado por académicas y activistas, que utilizaron elementos de la teoría queer, la teoría poscolonial y especialmente la teoría crítica de la raza para problematizar el feminismo y a las feministas, además de comentar lo que pintaron como una sociedad irreformable, complicada y opresiva. La teoría interseccional proporcionó una forma totalmente nueva y “cada vez más sofisticada” de comprender las dinámicas del poder en la sociedad, permitiéndoles reconvertir sus modelos teóricos fallidos en algo más difuso y menos falsable.

A menudo observamos este tipo de cambio hacia un modelo más “sofisticado” y nebuloso cuando la gente está muy comprometida personal e ideológicamente con un enfoque teórico que está claramente fallando. Este fenómeno fue descrito por primera vez por Leon Festinger, en su estudio de los cultos a los OVNI, y condujo al desarrollo del concepto de disonancia cognitiva. Festinger observó que los miembros altamente comprometidos de una secta no abandonaban sus creencias cuando las predicciones de la secta no se cumplían, cuando el OVNI nunca llegaba. En cambio, los miembros de una secta resolvían esta contradicción innegable afirmando que el acontecimiento había ocurrido, pero de alguna manera no falsable (específicamente, afirmaron que Dios decidió perdonar al planeta como resultado de la fe de los miembros de la secta).

Antes del giro posmoderno, las teorías marxistas, socialistas y otras teorías feministas radicales veían el poder como una estrategia intencionada y de arriba hacia abajo de los hombres poderosos en las sociedades patriarcales y capitalistas, pero los avances del feminismo de la segunda ola hicieron que esta concepción fuera algo redundante. Si bien los hombres groseros con presupuestos patriarcales continuaron existiendo, se hizo cada vez más insostenible ver a la sociedad occidental como genuinamente patriarcal o ver a la mayoría de los hombres en colusión activa contra el éxito de las mujeres. La teoría posmoderna ofreció la oportunidad de mantener las mismas creencias y predicciones — la dominación masculina existe y se sirve a sí misma a expensas de las mujeres — , al tiempo que las redefinía en términos lo suficientemente difusos como para ser una cuestión de fe, sin requerir ninguna prueba: construcciones sociales, discursos y socialización. La idea foucaultiana de una red difusa de dinámicas de poder que opera de manera constante a través de todos mediante sus usos inconscientes del lenguaje encajan perfectamente.

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Traducciones sobre los asuntos de los hombres, la izquierda liberal, las políticas de identidad y la moral. #i2 @Carnaina